A
todos, la puñetera pandemia nos ha afectado y nos sigue afectando de muy diferentes
formas. Una de ellas ha sido el acceso a bares y restaurantes. El ir a tomarte
con los amigos una cervecita con unas bravas al bar, o quedar a comer o a cenar
en un restaurante por el motivo que sea, son placeres que le dan un agradable
saborcillo a la vida, y mucho más.
Porque
bien para celebrar cuando el viento sopla a favor, o para despejarnos cuando
arrecia la tormenta, la hostelería tiene, además de ser algo agradable, una importante
función terapéutica tanto a nivel personal como social.
Siempre
he estado agradecido a toda esta gente que, aparte de “alimentarme” me dan
mucho más que eso con su trabajo, no siempre fácil; y en estos tiempos,
particularmente difícil. Por eso intento siempre tratarles con respeto e
intentar ponerme en su lugar cuando algo no sale como esperabas que saliera.
Pero como
hay gente para todo, también hay mala gente. El otro día preguntábamos al dueño
de un restaurante, al que vamos con relativa frecuencia, que cómo le iban las
cosas. Está siendo duro, difícil, largo, pero aguantamos. Seguimos aguantando,
decía, con el cansancio grabado en los ojos.
Pero
lo que más molesta es que hay gente que no ayuda. Reservan y luego no vienen y
no avisan. Y cuando les llamas para ver qué pasa, a veces, oyes por el teléfono
que están en otro sitio. ¡Ay, se me ha olvidado avisar! Es la máxima disculpa,
si te la dan. A menudo ni cogen el teléfono.
¿Pero
esto pasa mucho? Más de lo que os imagináis, nos dijo. Más de lo que os
imagináis. Hay que ser mala persona, hay que ser cabrón, dije.
Sí,
cabrón; permitidme el insulto. Porque una cosa es que surja un imprevisto, o
que la situación epidemiológica nos asuste y cambiemos de planes, cosa que se
entiende, y cancelemos una reserva con la mayor antelación posible, y otra que,
sea cual sea la causa, ni siquiera avisemos.
Hay
que ser mala persona. Es no ser capaces de ponerse, ni de lejos, en lugar del
otro. Es despreciar todo el trabajo que está detrás de ese plato que te sirven
en el bar o en el restaurante. Despreciar el trabajo y despreciar a quien lo
hace.
Yo no
lo entiendo. No entiendo cómo se puede actuar así, y más, sabiendo como sabemos,
lo mal que lo han pasado en la hostelería y la importante función que cumple,
como ya he dicho, tanto en lo personal como en lo social. Aunque igual esta
gente no lo sabe porque no son capaces de ver más allá de sus propias narices.
Esperemos
que vengan tiempos mejores. Que algún día podamos mirar el futuro con menos
incertidumbre, y que ir de bares y restaurantes, aunque no estemos al aire
libre, vuelva a ser como era antes. Y que toda esta gente que nos hace la vida
más plácida y llevadera, disfrute de un largo, largo período de tranquilidad y
seguridad. Y que el daño que haga la mala gente duela menos porque todo vaya mejor.
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