Estábamos
Isabel y yo en una tienda de comestibles de las de siempre, en un pueblo próximo,
y cuando fuimos a pagar me colé sin darme cuenta. Isabel me lo hizo saber, este
señor estaba delante, me dijo. Disculpe, no me había dado cuenta, le dije yo, haciéndome
a un lado para dejarle pasar. A lo que él respondió, no pasa nada, pase usted,
el día es largo.
Y así
lo hicimos.
Y
pensé, ¡qué bonita forma de resolver una situación que tenía formas más
desagradables de resolverse! Oiga, que estaba yo delante, podía haber dicho,
sin darle tiempo a intervenir a Isabel. Hubiera sido diferente. La paciencia
(el día es largo), y la educación (disculpe…) se combinan para hacernos la vida
más grata a todos.
El
problema es que me parece que cada vez hay menos gente de esa que con paciencia
y buen talante te permite corregir un error y más de la que, en cuanto metes la
pata, se te echan encima como fieras dispuestas a despedazarte. O eso me parece
a mi.
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