El
desastre de los incendios recientes me recuerda a otros semejantes que hemos
sufrido aquí y que estamos en riesgo permanente de volver a sufrir, porque el
problema es saber, de una vez por todas, qué hacemos con nuestros montes, y no
solo en Valencia.
El
éxodo rural ha provocado el abandono de cultivos y masas forestales, lo que
unido al cambio climático y la existencia entre nosotros de mala gente,
auténticos depredadores medioambientales, dejan a nuestros bosques al borde del
precipicio. Sólo una intervención seria, coordinada a nivel nacional y muy a largo
plazo, podría evitar lo que ha sucedido, por ejemplo, en Zamora. También en Navarra y Aragón.
Y eso
no va a pasar. Si ni siquiera para atraer millones se han puesto de acuerdo con
lo de los Juegos Olímpicos de Invierno, ¿cómo lo van a hacer con algo que
cuesta dinero y que además exige renunciar a ideologías, intereses particulares
y otras mandangas de ese calibre?
Me ha
dado mucha pena, y voy a centrarme en Zamora, el ver a aquella gente por la tele, como el ver arder sus montes. Me
he sentido totalmente identificado con ellos. Con los chavales que decían que
si les hubieran dejado lo hubieran parado a tiempo; con los que claman, una vez
más, pidiendo limpieza en los montes; con la anciana que decía que el fuego
avanzaba y no había nadie para pararlo; con el señor que casi gritaba que
tardaron mucho en llegar; con el que preguntaba por qué no avisaron antes a la
UME; con ese otro, de mediana edad, que no dijo nada, porque rompió a llorar…
Aquellos
pueblos de la España vaciada, están ahora en un desierto negro. Pueblos
pequeños que vivían del monte: trabajos forestales, apicultores, ganaderos,
caza, turismo rural…
Será ahora muy dura la vida. Y no
solo ya por el quebranto económico, sino por la pérdida irreparable de su paisaje, de sus
caminos, de sus fuentes, de esos rincones donde han ido tejiendo su existencia, de los animales con los que convivían aunque no los vieran, de su mundo de siempre.
Ante
un verano que se presenta tórrido, no tendrán el consuelo de abrir la ventana y
ver el verde de los montes, o de refugiarse a la sombra de sus bosques, o de
hacer un paseo al fresco de la tarde por un camino umbrío. Será más tórrido que
nunca. Y ese olor acre del monte quemado durará semanas y semanas, y meses…
Tras una catástrofe como estas, lo menos que podría suceder son unas cuantas dimisiones. El responsable de Medio Ambiente de Castilla-León, y algunos más, deberían, o dimitir, o si tuvieran ascendientes japoneses, hacerse el haraquiri. Como no creo que ninguno tenga ascendencia japonesa, y lo del haraquiri es un poco bestia, pues deberían dimitir; aun suponiendo, que es mucho suponer, que no tengan una parte importante de responsabilidad en lo ocurrido. Sí, tendrían que dimitir por pura coherencia y vergüenza torera.
Sería una forma de acompañar el duelo de toda aquella gente.
Pero
bueno, nada pasará. Aquella gente seguirá viviendo durante largos años, muchos,
muchísimos años, en la desolación más absoluta. El asunto dejará de ser
noticia. Nadie dimitirá. No se tomarán medidas ni cambiarán protocolos, porque
como dicen que lo han hecho bien… No se llegará a un pacto de estado por el
Medio Ambiente. Y a ver a quien le toca la siguiente catástrofe.
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