Vuelvo
tras dieciocho días de silencio pidiendo disculpas a quienes me siguen, y de un
modo especial a los que además me lo hacen saber, por no haberlo comunicado antes
de iniciarlo como he hecho en otros silencios.
Este
ha sido el más largo desde que empecé el blog, y el motivo principal ha sido
que no encontraba el momento oportuno de sentarme a escribir porque me faltaba
tiempo para todo lo que debía y quería hacer.
Sí, ya
estoy jubilado y tengo todo el tiempo del mundo, lo sé, pero aun así me sigue faltando,
como me ha pasado siempre. El tiempo, un bien escaso por mucho que tengamos. El
tiempo, ese “rubio mastín que duerme a las puertas de Dios”, en palabras de
Dámaso Alonso.
Por
este motivo, siempre me ha dado mucha rabia que me lo hagan perder, y en todas
las profesiones, y en la vida misma, hay quienes viven de hacérselo perder a
los demás, encontrando por lo que se ve, un placer morboso en ello.
En
estos momentos de mi vida intento no perderlo, y no hay nadie, afortunadamente,
que me lo haga perder.
También,
en honor a la verdad, he de confesar que cada vez entiendo menos el mundo en el
que vivimos, y el hecho de escribir y publicar determinadas entradas me exige
un esfuerzo de reflexión que, unido a la convicción de que después de todo este
esfuerzo no sirve para nada, o casi nada, hace que el blog me pese cada día
más.
Pero
creo que aún puedo con él.
Así
que, como he dicho, vuelvo, aunque ya advierto que la frecuencia de entradas
será a menudo menor a la acostumbrada por estos dos motivos, por el tiempo
escaso y el esfuerzo mayor.
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