FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

lunes, 6 de marzo de 2023

Como humilde homenaje.


 

Fueron Carmen y Alberto de las primeras personas que conocí cuando vine a Ribarroja, en aquel ya lejano campamento de Navalón. Los recuerdo amables y acogedores, y aunque nunca se lo dije, guardo en mi memoria, con gratitud, su forma de facilitarme la entrada a un grupo de gente en el que no conocía a nadie.

Nuestros caminos no se entrelazaron mucho a lo largo de los años, pero Carmen siempre me resultó una persona muy agradable, con la que las pocas veces que coincidíamos me sentía cómodo y a gusto. La veía alegre, decida, vital. Me caía muy bien.

Su temprana muerte resulta dura de asumir, yo diría que imposible, al menos de momento. Duele mucho, y a su familia y amigos más próximos, el dolor les resultará insoportable.

Sólo la fe puede dar algún consuelo, y la esperanza de volver a encontrarse con ella en ese Cielo Nuevo y esa Tierra Nueva. Pero eso, ahora, se pierde como el agua entre las manos. A fin de cuentas, Jesús también lloró la muerte de su amigo Lázaro; y no estaba haciendo teatro.

Cuando ayer por la mañana, delante de mí, le dieron la noticia a una persona con la que nos encontramos, la reacción que tuvo me recordó mucho a la que en el libro El camino, de Miguel Delibes, tuvo Paco el herrero, cuando le dan la noticia de la muerte de Germán el Tiñoso.

Comparto este fragmento de la novela, como humilde homenaje a Carmen, con la certeza de que Dios la tiene ya junto a Él, y  el deseo de que cure el dolor de todos los que aquí lloran y llorarán su ausencia.


Mientras amortajaban a su amigo, el Moñigo y el Mochuelo fueron a la fragua.

—El Tiñoso se ha muerto, padre —dijo el Moñigo. Y Paco, el herrero, hubo de sentarse a pesar de lo grande y fuerte que era, porque la impresión lo anonadaba. Dijo, luego, como si luchase contra algo que le enervara:

—Los hombres se hacen; las montañas están hechas ya.

El Moñigo dijo:

—¿Qué quieres decir, padre?

—¡Que bebáis! —dijo Paco, el herrero, casi furioso, y le extendió la bota de vino.

Las montañas tenían un cariz entenebrecido y luctuoso aquella tarde y los prados y las callejas y las casas del pueblo y los pájaros y sus acentos. Entonces, Paco, el herrero, dijo que ellos dos debían encargar una corona fúnebre a la ciudad como homenaje al amigo perdido y fueron a casa de las Lepóridas y la encargaron por teléfono. La Camila estaba llorando también, y aunque la conferencia fue larga no se la quiso cobrar.

Luego volvieron a casa de Germán, el Tiñoso. Rita, la Tonta, se abrazó al cuello del Mochuelo y le decía atropelladamente que la perdonase, pero que era como si pudiese abrazar aún a su hijo, porque él era el mejor amigo de su hijo. Y el Mochuelo se puso más triste todavía, pensando que cuatro semanas después él se iría a la ciudad a empezar a progresar y la Rita, que no era tan tonta como decían, habría de quedarse sin el Tiñoso y sin él para enjugar sus pobres afectos truncados. También el zapatero les pasó la mano por los hombros y les dijo que les estaba agradecido porque ellos habían salvado a su hijo en el río, pero que la muerte se empeñó en llevárselo y contra ella, si se ponía terca, no se conocía remedio.

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