Andaba
un día de estos por un sendero de la sierra largo y pedregoso, cuando sentí que
algo venía por detrás; me giré y vi a un precioso pastor alemán que bajaba
trotando junto a su amo. Tras el saludo pertinente (dos individuos de la misma
especie se saludan cuando se encuentran en el monte; hay quien no lo sabe)
siguieron su camino, pues yo iba a mi marcha, haciendo fotos y disfrutando del
entorno. Yo no corro a no ser que me persigan o tenga prisa por algo. No me
gusta.
Y
entonces sucedió. El animalito, en un gesto muy "inclusivo" por su parte, me
adoptó. Se empeñó en que fuera con
ellos, con lo que empezó a correr de uno a otro, esperándome en cada recodo del
sendero si me perdía de vista. Cuando nos distanciábamos mucho, se paraba en un
punto más o menos equidistante hasta que nos acercábamos y nos controlaba a los
dos.
Al
final, optamos por acabar caminando, juntos. Su amo ralentizó el paso, yo lo
apreté un poco. Cuando el sendero desembocó en una pista, nos tuvimos que separar, ya
que yo la tomaba en dirección a la sierra, y él a una urbanización próxima.
Hubo de atarlo, pues venía a por mí. Y cuando se fue, aún me miraba, atado,
volviendo la cabeza, mirando cómo me iba. ¿Qué pasaría por su mente perruna?
Quizá, “se va solo, ¡quien cuidará de él si no estoy yo!, guau, guau”.
Me
pareció una anécdota bonita. Por eso la cuento. ¡Hermoso mundo perruno! Mucho
tenemos que aprender también de ellos.
29 litros en 131 días.
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