Hoy
han llegado felizmente a Santiago. Como en todos los caminos habrá habido de
todo. Frío, calor, lluvia con granizo incluido, sol, niebla… Conversaciones,
silencios, encuentros, eucaristías, actividades… Todo tiene su tiempo bajo el
sol, como dice el Eclesiastés.
Siempre
es bonito, y a menudo emocionante, acabar un camino, llegar al destino que será
muy distinto para cada uno de los caminantes, porque cada persona lo vive
diferente y la llegada es para cada cual un momento muy personal.
Y
llegado este gozoso momento, esta entrada en la plaza del Obradoiro, ante la
catedral, hay una reflexión que, pasada la emoción del momento, sería muy bueno
hacerse. Quizá durante la eucaristía, o en el albergue, o en la tranquilidad de
la noche.
Si la
vida es un camino, que lo es, ¿qué es mi Santiago? Porque según lo que sea, el
camino será diferente.
Para
los jóvenes esta pregunta es urgente, necesaria para que vayan orientando su
vida. Y para los no tan jóvenes también, porque nos ayuda a profundizar en el
sentido de nuestra vida, de lo que ha sido y de lo que le queda por ser.
Y otra
reflexión me hago. La sorpresa, lo inesperado, agazapado en cualquier recodo
del camino. Un encuentro, una buena comida con la que no contabas, un momento
de gozo íntimo y personal, una decisión aparentemente banal que lo cambia todo,
un mal rato… También esto está presente en el camino y en la vida. Y hay que
estar abierto a ello.
Solía
decirles a mis alumnos, cuando se agobiaban por el futuro, tú sueña, camina
hacia el sueño haciendo en cada momento lo que creas que debes hacer, lo que
sabes que debes hacer, no lo que te apetezca, y lo demás déjalo en manos de
Dios.
Enhorabuena
a todos, caminantes.
Y que
Dios os bendiga.
64 litros en 212 días.
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