Cuando
se cumple una semana de la catástrofe quiero compartir uno de los pensamientos
que desde el principio me ha ido rondando y que poco a poco va cristalizando en
un convencimiento que ya tenía, pero que ha cobrado con todo esto mucha más
fuerza todavía.
Hemos
dado la espalda a la naturaleza. Excepto los pocos, cada vez menos, que viven
directamente de ella, el resto, la mayoría, tan solo la utilizan como lugar
para divertirse y poco más.
Lo que
ocurre es que ningunear, incluso ignorar, la base sobre la que construimos
nuestra existencia es sencillamente suicida. Porque la última palabra la tiene siempre
ella, no nosotros.
El
macizo montañoso sobre el que se centró la DANA lo conozco muy bien. Lo he
recorrido muchas veces en todas direcciones y en todas las estaciones. Son
montañas altas, entre 1000 y 1300 metros, con impresionantes paredes, surcadas
por profundos barrancos y una flora y fauna muy ricas. Entre ellas, amplios
altiplanos donde se ha cultivado la tierra durante siglos.
La
sierra de Chiva, la de Santa María, el pico Ropé, el Hierbas, Cinco Pinos, la sierra de
Utiel, el pico Atalaya, El pico Tejo..., son nombres muy familiares y queridos
para mí.
Es una
tierra muy hermosa en la que el fuego ha dejado su huella a lo largo de los
años, convirtiendo en parte lo que antaño fueron inmensos bosques en matorral.
Choca mucho saber que la hoy llamada sierra de Chiva, en los mapas antiguos se
llamaba sierra de los Bosques, y que el pico Tejo, próximo a Requena, debe su nombre al bosque de
tejos que le arropaba, del que quedan tan solo unos pocos ejemplares.
Si
sobre este macizo se sitúa, como se situó, una gran tormenta alimentada por
fortísimos vientos de levante, lo lógico es que se produzca una precipitación
demencial. Y toda esa agua va a buscar el mar por los tres sitios por donde
puede ir. Hacia el Magro, por los barrancos de la sierra de Utiel. Al Turia por
la fosa tectónica de Chera, por los ríos Reatillo y Sot. A la albufera por el
barranco del Poyo y otros menores.
Pienso
que si en vez de matorral tuviéramos los bosques de antaño, mucha de esa agua
se habría quedado en la tierra. Si los barrancos estuvieran limpios, no solo de
cañas sino de todo tipo de escombros y basura, el agua discurriría por ellos
sin obstáculos. Si dejáramos vía libre a los cauces naturales de ríos y
barrancos, las avenidas serían tan solo un espectáculo. Si entendiéramos que conocer y cuidar nuestro entorno natural nos hace más completos como personas y que puede salvar
vidas, otro gallo cantaría.
Muchas
veces he dicho en el blog que hemos convertido la naturaleza en un
polideportivo, en un parque de atracciones. Grave error. La naturaleza es un
ser vivo del que nosotros, como seres vivos, formamos parte, queramos o no, lo
sepamos o no. Ella, no nosotros, nos da la vida y nos da la muerte. Nos lo da
todo y nos puede quitar todo. Por eso hemos de cambiar nuestra forma de
relacionarnos con ella.
Conocerla y respetarla agradeciendo sus dones y aprendiendo a defendernos de sus golpes
que siempre nos recordarán que es más fuerte que nosotros. Nos va la vida en
ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario