Una de
los sentimientos que muchos tenemos estos días es el de la impotencia ante el
dolor de tanta gente. ¿Qué hacer, cómo hacerlo? Esto levanta una tremenda marea
de solidaridad en la que quisiéramos participar de alguna forma. Tiempo habrá,
desde luego, para hacerlo. Pero hay algo que, al menos los creyentes, sí
podemos hacer, y seguir haciéndolo, como a buen seguro hicimos ya al conocer lo
que ocurría. Es rezar.
Comparto
el himno de la oración de vísperas de hoy por si a alguien le sirve.
Tú,
Señor, que asumiste la existencia,
la
lucha y el dolor que el hombre vive,
no
dejes sin la luz de tu presencia
la
noche de la muerte que lo aflige.
Te
rebajaste, Cristo, hasta la muerte,
y una
muerte de cruz, por amor nuestro;
así te
exaltó el Padre, al acogerte,
sobre
todo poder de tierra y cielo.
Para
ascender después gloriosamente,
bajaste
sepultado a los abismos;
fue el
amor del Señor omnipotente
más
fuerte que la muerte y que su sino.
Primicia
de los muertos, tu victoria
es la
fe y la esperanza del creyente,
el
secreto final de nuestra historia,
abierta
a nueva vida para siempre.
Cuando
la noche llegue y sea el día
de
pasar de este mundo a nuestro Padre,
concédenos
la paz y la alegría
de un
encuentro feliz que nunca acabe. Amén.
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