Cuando llegamos no había demasiada nieve. |
La primera excursión nos descubrió un mundo increíble. La alta montaña aún invernal. |
La primera noche fue la única en la que cenamos sin estar pisando nieve. |
Al día siguiente empezó a nevar. |
Y todo fue diferente. Más duro, pero muy hermoso. |
Tras una nevada, nos preparábamos para la siguiente. |
Al fin salió un día azul. Subimos al Sarraera occidental. |
La ascensión fue soberbia. |
El día del regreso volvía a nevar. Y así dejamos la montaña.
Bravos
camaradas. Así veo hora a aquel grupo de seis alumnos, que con catorce o quince
años se fueron con su “profe” de treinta (¡ay!, treinta, quién los catara), a
pasar una semana al Pirineo, por estas fechas, hace 27 años. Salimos
exactamente el 31 de marzo de 1986. Y éramos Arli, Javi, Prim, Salva, Toni,
Vicente y el que escribe estas líneas.
Y no, no
fuimos a un camping, fuimos a acampar al valle de Conangles, a un rinconcito
precioso, de cuento. Un prado, a casi 2000 metros, en medio del bosque, junto a un arroyo, rodeado
de altas montañas.
Llegamos con
buen tiempo, pero duró poco. Estuvo toda la semana nevando. Solo hubo un día
azul que aprovechamos para subir al
Sarraera occidental. Por la tarde volvió a nevar.
Y aguantamos.
Sí señor, aguantamos el frío intenso, las nevadas casi constantes, las
ventiscas. Vimos un alud, no muy lejos de nuestro campamento. Pero nosotros
allí, en medio del bosque que se nos antojaba irreal, lejos de todo y de todos,
disfrutamos de la alta montaña en una intimidad con ella, que solo puede
alcanzar quien se pone en sus manos, como nosotros nos pusimos. Recogíamos leña,
manteníamos el fuego encendido todo el día. Charlábamos, comíamos y cantábamos
junto a él. Y cuando la nevada arreciaba, esperábamos en las tiendas a que
amainara.
Una noche,
bajamos a Viella, a cenar al Era Puma. ¡Qué cena!, sentados y calentitos; un
lujo. Dormimos en el refugio del Pla Batallé. ¿Os acordáis? Y al día siguiente,
de nuevo a nuestro campamento, allá arriba, en la montaña. No había miedo. La
vida vencía a la comodidad que nos apoltrona, a la prudencia que nos entontece.
Y por eso volvíamos felices a nuestras tiendas.
Sí, hace de
esto veintisiete años. Han cambiado mucho las cosas. ¿Se iría hoy, un “profe”
de 30 años, con 6 alumnos de catorce o quince, en tienda, al Pirineo en marzo,
a acampar a la montaña a casi
Aquel grupo de
bravos camaradas tuvimos el privilegio de poder beber la vida a grandes
sorbos aquella semana, allá en los prados de Conangles. Hemos seguido cada uno
nuestro propio camino en la vida, pero yo creo que sea donde sea que ésta nos
lleve, todos seguiremos recordando aquella semana como algo precioso, como
algo que realmente valió la pena, como algo inolvidable.
A fin de
cuentas fue un combate. Un combate en una naturaleza hostil pero espléndida,
contra todo lo que nos quita libertad y vida, contra la pereza, contra la
comodidad, contra el miedo, contra la incertidumbre… Y vencimos.
Eso no se
olvida.
¡Salud bravos
camaradas!
NOTA:
Sé
que pasaron muchas cosas aquellos días a las que no me he referido. El complicado viaje de ida, los franceses del refugio, el incendio fluvial etc. De eso nos
acordamos todos; pero en esta entrada he hablado de lo que ahora, veintisiete
años después, me parece la esencia de lo que fue aquella semana en el bosque de
Conangles.
Para
ver una selección de fotos (son diapositivas digitalizadas) de aquel viaje
pulsa el enlace Aquellos bravos camaradas. Conangles, 1986.
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Hoy se cumplen 34 años y mo recuerdo como si fuese ayer...
ResponderEliminarEso si es una experiencia vital, de las que a uno lo marcan para toda la vida..si,fue dura, pero bonita, maravillosa, enriquecedora e incluso muy divertida. Inolvidable!