Hoy hace nueve años de uno de los
días más terribles de la historia reciente de España. Aquel día, tras el
impacto y el horror tan próximo, me debatí entre no entender nada, o entenderlo
todo demasiado.
Desde hace ya tiempo, y visto el devenir de los acontercimientos, me inclino por
entender todo lo que pasó demasiado bien. Y eso me desazona. Aunque también sé
que la historia pondrá las cosas en su sitio. Y eso me tranquiliza.
Pero lo que sigo sin entender, es la
politización descarada del horror y el sufrimiento humano atroz y sin paliativos
posibles. Politización que ha llegado a nuestros días de muchas formas; la más sangrante
para mí, las dos asociaciones de víctimas. Dos. ¡Qué dos más doloroso!
No. Aquello no debió pasar jamás.
Sobre aquello no se puede construir nada. Aquello no debería haberse utilizado
nunca para nada, absolutamente para nada.
Aquello fue la injusticia absoluta,
la desolación, la tristeza sin consuelo, la rabia… Ante aquello solo cabe un
profundo respeto. Y para los creyentes la oración, aunque en golpes como aquel,
la oración se quiebre, se haga silencio, ante el silencio de Dios.
Respeto y silencio. Todo lo demás
sobra.
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