Es posible que las nubes y el hielo sucio del glaciar nos oculten el esplendor de la cima. Mont Blanc 4807 m. |
Ahora que se acercan las primeras comuniones y
observo “la movida” familiar y social que se organiza alrededor del evento, no
puedo evitar que me venga a la cabeza aquella primera comunión a la que asistimos
sin esperarlo Isabel, José Luis y yo, el 23 de julio de 2011, en Chamonix, en los
Alpes franceses, al pie del Mont Blanc.
Fue así. Un día lluvioso y frío, como casi todos los de aquel verano. Era domingo, y fuimos por la tarde a misa, a un encantador pueblecito cercano llamado Les Praz de Chamonix. La iglesia del pueblo es de cuento, y el entorno
también, aunque aquella tarde no se veían más que nubes y brumas bajo una fina
y persistente llovizna.
Cuando entramos, el templo, no muy grande, estaba ya lleno pero al vernos, nos invitaron a pasar al primer banco, donde había sitio.
Empezó la eucaristía y uno de los sacerdotes, había dos, dijo que era una misa
especial porque, alguien, no recuerdo yo el nombre, iba a tomar su primera
comunión. Busqué al marinero de rigor o a la novia en miniatura pero no los vi.
En su lugar, sentado también en el primer banco, al otro lado del pasillo
central, estaba un chaval de unos catorce años, ¡ojo al dato!, con
vaqueros, camisa y jersey, pero muy aseado, junto a los
que debían ser sus padres.
La eucaristía trascurrió con normalidad, y en el
momento de comulgar, el sacerdote que la presidía,
le dio la comunión primero a este chico y a su familia. Después a todos los
demás. Luego, al acabar, ambos celebrantes les felicitaron personalmente.
Al salir, ya en el jardín que rodea la iglesia, vimos cómo les daban la enhorabuena otras personas. Besos y abrazos. Muy francés. Volvió a llover con intensidad y nos fuimos todos refugiándonos bajo los paraguas. Suponemos que se irían a cenar para celebrarlo.
Al salir, ya en el jardín que rodea la iglesia, vimos cómo les daban la enhorabuena otras personas. Besos y abrazos. Muy francés. Volvió a llover con intensidad y nos fuimos todos refugiándonos bajo los paraguas. Suponemos que se irían a cenar para celebrarlo.
Y hasta aquí. No quiero decir nada más. Lo que no puedo evitar es que, el
contraste entre aquí y allí, me haga pensar si aquí no deberíamos considerar la
posibilidad de que la tradición, la presión social, la costumbre, estén
ocultando lo que realmente es para un cristiano compartir el pan y el vino, en el seno de la Iglesia, por primera vez.
¿Son ellos los que no lo hacen bien, somos nosotros, o lo hacemos todos bien pero de maneras distintas? No lo sé; lo único que digo es que lo nuestro, a veces, no siempre, me da grima, y sin embargo aquello me gustó. Nos gustó mucho. Nos pareció todo mucho más limpio de polvo y paja, más coherente, más próximo a lo esencial.
¿Son ellos los que no lo hacen bien, somos nosotros, o lo hacemos todos bien pero de maneras distintas? No lo sé; lo único que digo es que lo nuestro, a veces, no siempre, me da grima, y sin embargo aquello me gustó. Nos gustó mucho. Nos pareció todo mucho más limpio de polvo y paja, más coherente, más próximo a lo esencial.
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