Desde la cima del Pico Aigualluts contemplábamos la
norte del Aneto, cuando un helicóptero, por debajo de nosotros sobrevolaba el
glaciar.
Lo vimos evolucionar, diminuto, frágil ante las
ingentes dimensiones de la montaña. Y la contemplación se convirtió en
reflexión.
¡Qué pequeños somos, después de todo, los hombres! Y
si somos grandes, no es precisamente por lo que se ve.
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