Hace unos días, en plena ola de frío, nos fuimos con
las “robertas”, (las motos), mi amigo Jose y yo, a Navajas, a visitar el paraje
llamado el salto de las novia que me dio a conocer mi bienamada sobrina
Martina.
Es un bonito e inesperado rincón donde, sobre el río
Palancia, se precipita una alta cascada, espectacular en época de lluvias, pero
digna de ser contemplada ahora, pese a la sequía que sufrimos.
El frío de los pasados días, junto
al viento, había convertido el paraje en un extraño lugar, decorado con
espectaculares formaciones de hielo. Estaba realmente muy, pero que muy bonito.
Comparto unas fotos y la curiosa
leyenda que explica el origen del nombre de aquel rinconcito, perdido en el río
Palancia, facilitada por mi amigo que se fue allí con la familia a la semana siguiente de descubrirlo.
Cuenta la leyenda que hace muchos años, por aquellas
tierras, cuando unos novios iban a contraer matrimonio tenían que someterse a
una extraña y peligrosa ceremonia para demostrar ante todos, y demostrarse ante
ellos mismos, que se querían de verdad.
Antes de casarse debían ir a un lugar donde se estrecha
el río, al pie de una hermosa cascada, no muy lejos del pueblo, y allí, ante
todos, la novia debía cruzar de un salto a la orilla opuesta. Si lo conseguía
era señal de felicidad para el futuro matrimonio y de mutua y eterna fidelidad,
pero si no lo lograba, se consideraba el matrimonio irrealizable por creer que
sería breve y desgraciado. Entonces, convencidos de ello, los novios rompían su
compromiso.
Era una extraña y terrible superstición que durante
muchos años debió causar terror entre muchas novias verdaderamente enamoradas,
ante el miedo a errar el salto o no tener el suficiente valor para intentarlo.
Pero un día, ya muy lejano, dos novios cuyos nombres
ha borrado el tiempo, terminaron trágicamente con esta costumbre.
Habían bajado radiantes de alegría a demostrar ante
todos que se querían. Como cada vez, la gente esperaba el salto con
impaciencia. Por fin la novia se dispuso a saltar, tomó impulso, perdió pie y
cayó al río con tan mala fortuna que se vio envuelta en un potente remolino que
allí había aquel día a causa de una crecida, y que le llevaba a una muerte
segura. Al ver esto, el novio se arrojó inmediatamente al río para intentar
salvar a su amada, pero por más esfuerzos que hizo se vio envuelto al poco
tiempo en el remolino, e instantes después desaparecían los dos tragados por
las aguas. Horas más tarde, los consternados vecinos encontraron río abajo,
flotando en un remanso, estrechamente unidos, los cadáveres de aquellos
infelices novios.
Y se dice que aún hoy día, en las noches de luna
llena, el murmullo del río y la cascada que cae como lluvia, parecen entonar un
canto dulce y triste, lamentando el final de aquellos dos seres que por amor,
desafiaron aquella vieja y bárbara superstición, destruyéndola a cambio de sus
vidas.
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