Diversas huellas porcinas y una foto de cómo son realmente los homus porcus. |
Hice una excursión este pasado sábado por la bonita
zona montañosa que se extiende entre Olocau, Gátova y Serra. Un recorrido de 25 kilómetros y casi mil metros
de desnivel, sin más faena que disfrutar del entorno y aguantar el viento frío
y desagradable que no me dejó más que en alguna hondonada recogida, da para pensar
mucho.
No me encontré casi con nadie. Algún que otro
ciclista, una pareja de senderistas que, por cierto, se habían equivocado de
montaña, y poco más. Pero sí vi bastantes huellas de esa especie de
individuos que el proceso evolutivo, parece ser, ha convertido en cerdos.
Estos auténticos cerdos, con apariencia humana, son
muy aficionados, sobre todo, a ir en bici, correr o andar y gustan de dejar
señales bien visibles allí por dónde pasan.
A ellos, la sequía, los pinos muertos por el tomicus,
había muchos, la procesionaria, el fuego, les da exactamente igual, por eso el
entorno donde desarrollan su actividad les importa un bledo, un bledo absoluto
y total, el padre de todos los bledos. Y de ahí que no tengan problema alguno
en tirar a cualquier sitio el envase vacío de su bebida energética, el tubito
de glucosa, la botella de agua, o el zumito de merluza. Lo que les importa es
hacer la ruta en menos tiempo, su chute de adrenalina obtenido haciendo el
burro, o estar con los amiguetes tomando el aire que ayer bien podrían haber
tomado, y en abundancia, en una esquina de la Gran
Vía , por ejemplo.
¡Claro que no todo el mundo que sale al monte
pertenece a esta despreciable especie! Los hay que su “caca” se la llevan a
casa, como toca. Y a lo mejor tampoco les importa demasiado el medio ambiente,
pero al menos lo respetan. Y también hay quien sale a buscar ese encuentro íntimo
con la naturaleza, que deja nuestros artilugios, coche, moto, bici, crono, en un
respetable segundo plano. Esos no tiran nada, lo recogen.
Y pensando, pensando, establecí una conexión muy clara
y evidente entre esta especie, que bien podíamos denominar homus porcus, y la eterna lucha que mantenemos en los colegios para
que los niños y jovenzuelos tiren los papeles que malgastan, los “albales” de
los bocadillos, los “tetrabriks” de zumito, las bolsitas de plástico y demás
envoltorios, a las papeleras. Sin conseguirlo nunca del todo.
Y es que, de tal palo tal astilla, dijo la
“quereguilla”. Y si no hay ni cultura ni educación en casa, rara vez la tiene
el niño en el “cole”, o en la calle, o en el monte. Aunque conozco casos de padres muy
responsables que les ha tocado en suerte un “bicho” que déjalo suelto…Pero esto
es otro tema.
A lo que íbamos. Una cosa tengo clara. Quien tira basura al
monte no son tiernos infantes ni briosos jovenzuelos. De éstos rara vez me
encuentro, y ando mucho. Son señores hechos y derechos que, dicho sea de paso,
cuando almuerzan, suelen gritar de un modo desaforado y absolutamente
innecesario…, como sus hijos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario