No quiero que se me pase ningún 23F sin recordar aquella tarde
y aquella noche. Acababa de jurar bandera y estaba de permiso en Valencia, en
mi casa, desde donde veía los carros de combate cruzando el puente de Ademuz
para tomar la ciudad mientras escuchaba el bando de Miláns del Bosch…Me daba
miedo la calle vacía.
La cara de angustia de mis padres, que sabían lo que
fue la república, la guerra y una dictadura, mi incertidumbre, la sensación de estar viviendo una pesadilla de
la que tenía que despertar y no podía, son recuerdos que no olvidaré nunca.
Recuerdos sobre los que se han cimentado mis profundas convicciones democráticas
y la certeza de que el estado de derecho, después de todo, es frágil, muy
frágil.
Por eso me da tanto miedo que se juegue tan alegre e
insensatamente con él, con ese bien común que es fruto de nuestro sistema
democrático, como si fuera irrompible, inmutable. No lo es. Repito, es frágil.
Los radicalismos, los fanatismos, el revanchismo, el
creerse poseedores únicos de la verdad, el no ser capaz de asumir y superar la
historia, el cabreo, la mala leche, la indignación, son veneno para una
democracia, un veneno capaz de destruirla; porque una democracia se puede
destruir con carros de combate, pero también con leyes partidistas y
excluyentes. Se puede destruir un estado de derecho, utilizando las libertades
que otorga ese estado de derecho. Hay muchos ejemplos.
No quiero
otro
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