Querida Nuria:
Quiero
compartir en el blog la monición de entrada que tuve el honor de escribir y después
leer, por encargo vuestro, en la misa de vuestra boda.
Hace
ya tiempo, exactamente el 11 de agosto de 1989, una niña pequeñita, muy
pequeñita, subió su primera cima pirenaica. Era el pico Lákora, en Belagua, al
norte de Navarra. ¿Quién iba a decirte, Nuria que Navarra iba a ser algo más
que el escenario de tu primera ascensión? Y a ti Alberto, ¿quién iba a decirte
que una chiquilla nacida a orillas del
Mediterráneo, que subía un día, con su familia, una montaña de tu tierra, iba,
con el tiempo a convertirse en tu esposa? Y ¿Quién iba a deciros a los dos que
os encontraríais en Irlanda? ¡Cosas de la vida!, ¡Cosas bonitas de la vida!
Pero
si os dais cuenta, en estas cosas bonitas de la vida, no buscabais lo que
habéis encontrado. Simplemente vivíais, que ya es mucho. ¡Claro que no fuisteis
a Irlanda a enamoraros!, pero os enamorasteis, y aquí estáis. A punto de dar el
paso del enamoramiento al amor ante Dios y los hombres. Porque enamorarse es
fruto de circunstancias y casualidades que no podemos controlar, y es, además,
pura emoción, pero amar es un acto voluntario y libre que da pleno y gozoso
sentido al presente y tiene infinitas e insaciables ansias de futuro.
Hoy
y aquí, en esta capilla de San Fermín, vais a dar ese paso. La vida,
impredecible y caprichosa os juntó, ahora sois vosotros los que tomáis las riendas
de esa vida para vivirla juntos, porque
queréis, porque os queréis.
Y
empezó una bonita y sentida ceremonia.
Vistas
las cosas con la perspectiva que da el tiempo, me reafirmo más en lo asombroso y
hermoso de las casualidades que nos llevaron a este gozoso 22 de abril. Y ese
asombro, al verte en esta foto que encabezan estas líneas, es más asombroso,
valga la redundancia, todavía.
Aunque
no te lo creas, recuerdo perfectamente que no posabas. Te hice la foto sin que
te dieras cuenta. Tú, con tus cuatro añitos, mirabas el horizonte como
ensimismada. Mirabas al sur. Mirabas desde lo alto, la tierra de quien
sería tu esposo veintiocho años
después.
Y es
que, como apuntó José Luis en la homilía, y como luego hablé con Pablo en el
cóctel de bienvenida, los caminos del Señor son inescrutables. Y casi siempre
se ven y se entienden con la visión que da el paso del tiempo, si abrimos los
ojos para verlo y la mente para entenderlo.
Y
esto es lo que os deseo, junto con Isabel, una larga y venturosa vida en común
en la que poco a poco vayáis extrayendo de las “casualidades” que os han unido,
todo su sentido, para así seguir viviendo la aventura del amor que, como os
dije en la monición, es mucho más que el enamoramiento. Es ese acto libre y
voluntario que consiste básicamente en poner la felicidad y el bienestar del
otro por delante de tu felicidad y tu bienestar, respetando, como sagrada, su
libertad.
Fijaos, Nuria y Alberto, qué maravilla si sois capaces de hacer esto los dos, siempre,
siempre, siempre…Es lo más parecido al paraíso que podemos vivir en la tierra.
Es el amor correspondido. Es como un soplo de Dios. El amor y la creación, esa
creación que tú contemplabas allá en Lákora, a tus cuatro añitos.
¡Que
Dios os bendiga!
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