No
quiero dejar pasar el Día del Libro sin hacerle, un año más, un sitio en el
blog. Pero como este año me pilló fuera de casa escribo tres días después. No
obstante, el día en cuestión tuvo su “toque literario”.
Estaba
en Pamplona, con ocasión de la boda de mi sobrina Nuria con Alberto, hijo de la
ciudad. Como la ceremonia era por la tarde, comimos por ahí, en concreto en el café Iruña, donde iba con frecuencia Hemingway. Y allí,
en uno de sus preciosos rinconcitos, apoyado en la barra, estaba él, en forma
de estatua, ¡claro! Aunque bien podía rastrearse su presencia en cualquier
lugar del establecimiento.
Fundado
en 1888, mantiene todo el sabor y el ambiente de aquellos cafés que, desde el
siglo XIX y gran parte del XX, fueron lugar de encuentro de escritores,
políticos, filósofos… Recomiendo muy vivamente, si vais a Pamplona, que os
paséis por allí. Además se come bien y a buen precio. Está en la amplia y
bonita plaza del Castillo.
De
Hemingway he leído gran parte de sus obras, no todas, y hay dos con las que me
lo pasé especialmente bien, Por quién doblan las campanas y El viejo y el mar.
Por todo esto, y por mi amor y respeto a la literatura, estar el Día del Libro
precisamente allí, tuvo su gracia, un punto deslucida por un estúpido dolor de
muelas que a día de hoy aún perdura y que me va a llevar, inevitablemente, a perder una muela del juicio, que no el juicio, espero. Pero la cultura debe prevalecer sobre estos molestos recordatorios
de nuestra naturaleza corpórea. Al espíritu de Hemingway, si realmente anda por
allí, como parece ser, no le duelen las muelas.
En
fin, con el deseo de que hayáis pasado un feliz Día del Libro, y de que pongáis
un libro en vuestra vida y todas estas cosas, comparto a continuación un par de
fotos que he bajado de internet porque yo no hice ninguna; tomé vacaciones
“fóticas” en Pamplona.
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