Esta
es la entrada número mil del blog. Y puedo escribirla un día de abril, gris,
lluvioso y frío. A mediodía el termómetro marca diez grados y llevamos unos
diecisiete litros acumulados. Además, sé que nieva en las montañas, en nuestras
montañas.
¿Qué
más puedo pedir para festejar la llegada a tan redondo número de un blog que
empezó el 14 de octubre de 2012 impulsado, sobre todo, por la necesidad de
hacer algo tras los catastróficos incendios forestales de aquel terrible
verano? Escribir me permitió desahogarme y no sé si concienciar a alguien. No
sabía qué más podía hacer ante semejante desastre.
Pronto,
con el tiempo, fui añadiendo secciones y llegué a lo que se podría denominar un
blog personal del que puedo decir que me resulta, sobre todo,
"terapeútico".
Escribir,
aparte de que me gusta, me ayuda a profundizar y aclarar mis ideas. Me exige
informarme y sistematizar conceptos. Me obliga a moderar y atemperar mis
impulsos. No es lo mismo hablar que escribir. Y sé, gracias al blog, que soy
más lo que escribo que lo que, a veces, hablo, sobre todo si estoy “calentito”.
Me permite desahogarme constructivamente.
Por
otra parte, el compartir me ha resultado gratificante desde el primer momento.
Cuando es bueno y bonito lo que comparto, porque compartiéndolo es más bueno y
más bonito. Cuando es malo y triste, porque muchas veces me he sentido apoyado
y comprendido. Y eso ayuda a capear los temporales.
También
me ha servido para reencontrarme con gente que creía ya perdida por los caminos
de la vida, y esos reencuentros han sido muy agradables y normalmente
inesperados.
Y
ahora, que empiezo a saborear las mieles de la prejubilación, he descubierto
que me está ayudando también a disolver las bolitas de hiel que, dispersas,
están en tan dulce tarrito de miel. Porque cuando empiezas a caer en la cuenta
de que “ya está”, de que "casi todo está hecho", y de un modo
imperceptible pero firme vas viendo que “ya no sirves para casi nada”, al menos
a nivel laboral, y ese sentimiento pugna por extenderse a otros ámbitos de tu
vida, el blog me permite mantenerlo a raya, sentir que sigo estando presente en
el mundo y, de vez en cuando, recibir el calor de quienes de un modo u otro,
hay muchas formas de hacerlo, te recuerdan que están ahí, que te escuchan que,
aunque sea un poco, para algo les sirves. Y eso, a mí, me sirve también.
Gratificaciones
pues, muchas. Decepciones, algunas, siempre más de las que quisieras, porque
como querer, no querríamos ninguna. El balance pues, es totalmente positivo.
Con
la esperanza de seguir siendo útil en el mundo, también a través del blog,
aunque sea un poquito; de que me siga siendo útil a mí como lo ha sido hasta
ahora; y con un profundo y sincero agradecimiento a todos los que con su
presencia explícita, bien través de la red o personalmente, me han animado y me
animan a seguir adelante con Los ecos secretos del silencio, acabo la entrada
número 100.
Al finalizar estas líneas sigue
lloviendo. Miro el termómetro y seguimos a diez grados. La leña arde en la
estufa que he encendido. Finales de abril. ¡Qué maravilla! Pese al dolor de
muela y de cabeza, y al aplatanamiento del antibiótico, en este momento, me
siento bien.
Enhorabuena Jesus y gracias.
ResponderEliminarMil gracias Jesús!!
ResponderEliminarMil gracias Jesús!!
ResponderEliminarMil gracias Jesús!!
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