Esperé
a la última sesión, escuchando antes muchos comentarios y valoraciones, todos
siempre positivos, por cierto. Y ayer, por fin, fui y pude comprobar, por mí mismo, cómo
el espectáculo superaba ampliamente las expectativas que me habían hecho
concebir, que no eran pocas.
Una
de mis amigas de Valencia, que también trabaja en educación, me dijo al acabar,
asombrada, que esto tenían que verlo en otros colegios. Le daba la sensación de
que semejante montaje quedaba poco aprovechado tanto por el esfuerzo que había detrás como por su calidad. No era, desde luego, un espectáculo escolar al uso.
Yo le recordé que, aunque no lo pareciera, era un colegio, un colegio
parroquial, lo que había detrás de lo que había visto.
Esfuerzo.
Trabajo de muchas horas, trabajo en equipo. Creatividad e ilusión. Imagino que también paciencia. Y seguir con la marcha normal de un colegio, exámenes, notas, evaluaciones… No en vano el resultado es sorprendente.
Y
quiero por eso trasmitir mi admiración por el trabajo realizado y dar
sinceramente la enhorabuena a la parroquia Asunción de Nuestra Señora de
Ribarroja del Turia, a la dirección de su colegio, a sus profesores y sobre
todo a los alumnos que han sido capaces de regalarnos este espectáculo y además seguir
estudiando día tras día, su tercero o cuarto de secundaria o su primero de
bachiller.
Que
la experiencia, para todos ellos, va a ser inolvidable, es algo obvio. Pero de
qué manera va a quedarse en sus vidas para siempre, es otra cuestión. Y ésta,
pienso que debe ser la última tarea que un colegio, tras semejante experiencia,
debe acometer.
Largos
meses de trabajo callado, los nervios del estreno y el éxito: el auditorio a
reventar, en pie, aplaudiendo largamente… ¿Y luego…? Ahí está el trabajo que
queda por hacer.
El
haber descubierto cómo trabajando en equipo somos capaces las personas de cosas
grandes, es una de las más claras conclusiones a las que se puede llegar, pero
seguro que hay otras muchas, como el descubrir que, por importantes que sean los
protagonistas, que lo son, quedarían solos y tristes en un escenario sin esos otros compañeros que, desde papeles sencillos y discretos, han hecho posible la
obra. Y es en cuestiones como éstas donde hay que profundizar ahora.
En
fin, no quiero extenderme más. De nuevo felicitar a todos los que de un modo u
otro han trabajado en El Joven Rey, y desear a los alumnos que han tenido
la suerte de vivir esta experiencia, que cristalice en sus vidas de tal modo que
las merecidas mieles del éxito sean nada en comparación con la lección de vida que, a la postre, hayan
podido aprender.
¡Enhorabuena
y gracias!
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