Señor
alcalde:
No arrastres la silla, que bajo viven. Era
esta una de las frases que recuerdo de cuando yo era pequeñito. Se trataba de
pensar en los del segundo piso. Se trataba de respeto; de respeto a los demás.
Crecí
con la convicción de que el respeto es esencial para vivir en sociedad, y
siempre he intentado respetar a los demás aunque, en ocasiones, los demás no me
hayan respetado. Y entonces me he defendido o me he ido, pero no he respondido
con otra falta de respeto. Al menos es lo que he intentado.
Mire,
señor alcalde, estaremos de acuerdo en que, en primera instancia, una bandera
no es más que un trozo de tela de colores, pero usted sabe que es eso y mucho
más, porque tiene categoría de símbolo. Y detrás de los símbolos siempre hay
personas para las que esos símbolos son importantes, se identifican con ellos,
les gustan incluso los aman, les resultan entrañables, tienen sentido en sus
vidas…
Tenga
usted claro que cuando ese humorista se sonó con la bandera española, no sólo
estaba haciéndose propaganda gratuita, sino ofendiendo a miles y miles de
personas. Sé que usted lo sabe; sabe que el objetivo del individuo con esa
acción no es más que hacerse de notar para aumentar el número de espectadores,
porque para él debe ser que la “pela es la pela” al margen de cualquier
principio moral.
¡Bueno!
Hay gente así, demasiada, gente a la que nadie le dijo nunca no arrastres la silla que bajo viven. Y
ante eso poco podemos hacer. Pero usted no es cualquiera, como ese individuo, es
el alcalde de la ciudad de Valencia, de todos los que viven en la ciudad de
Valencia, y debe saber que a un buen número de sus vecinos, no sólo a los que
militan o simpatizan con España 2000, les ha molestado en mayor o menor medida
la estupidez del graciosillo y listillo de turno.
Y es
lógico que se sientan molestos, porque la bandera española, establecida
democráticamente por la Constitución, es el símbolo del país en el que viven y
al que muy probablemente, cada uno a su manera, aman.
Por
eso señor alcalde, ofrecer instalaciones municipales, que no son suyas, son de
todos, para que el individuo en cuestión siga con su campaña de autopromoción,
es una absoluta indecencia, pues agrava la ofensa y lo que es peor, le da
cobertura institucional.
A
usted, por lo que veo, nunca tampoco nadie le dijo no arrastres la silla que bajo viven. Le dirían, si los de abajo no
son de tu cuerda, arrastra las sillas que quieras, cuantas más mejor, ¡que se
jodan!
Ni es
usted el alcalde de todos los valencianos, ni tiene usted un criterio moral
suficientemente maduro que le permita distinguir entre respeto y libertad de
expresión. A la vista está. Aunque, a decir verdad, eso le pasa a muchos de
nuestros políticos.
Porque
mire usted, no se puede amparar en la libertad de expresión el hecho de sonarse
públicamente con la bandera española. Eso es, simple y llanamente, una falta de
respeto, no a un objeto, sino a todas
las personas que sí respetan ese objeto, porque para ellos, y están en su
derecho, significa algo. Para mí, sobre todo, significa democracia. Y si
democráticamente se cambiara por otra, le tendría el mismo respeto, porque
seguiría significando democracia y representando a mi país ante el mundo, como
la que ahora tenemos.
Lamento
su actuación, señor Ribó. No es ese el camino para llegar a buen puerto. Más
bien es un camino que nos devuelve a puertos pasados. Porque, mire usted, con
el tema del respeto, como con otros muchos, o jugamos todos, jugamos todos a
respetarnos, o habrá quien quiera romper la baraja. Y por estas tierras ya
hemos roto demasiadas barajas.
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