Cuando
leo que la comunidad educativa propone que en secundaria los alumnos evalúen a
los profesores, me surgen unas preguntas doloridas. ¿Por qué nos perseguís? ¿Qué
hemos hecho tan mal? ¿A dónde queréis llegar? Y otras muchas que bien podéis
imaginar.
Y por
otra parte me alegro de estar ya al cabo de la calle. Ya no me queda casi nada
en la profesión ¡Qué paradoja! Me alegra poder huir de la quema y me duele que
me alegre. Y me duele por mi mujer, que sigue ahí, y por muchos amigos,
a los que les quedan años de soportar el irritante, absurdo y enloquecido
sistema educativo. Años de recibir tortazos por todas partes.
Estoy además
convencido de que a una parte de esa sociedad a la que los profesores sirven,
le parecerá muy bien esta medida. Pero yo sólo veo ahí, inquina, desprecio y
una oscura envidia por “lo bien que vivimos los profes”, dicen.
E
ignorancia. Sobre todo ignorancia. No tienen, los que quieren que sus hijos
evalúen a los profesores, la más ligera idea de qué es eso de ser profesor hoy
en día en un aula de secundaria. Ni la más lejana idea. Y la verdad es que es de
todo menos fácil.
Primero
hemos de soportar los continuos vaivenes políticos que nos hacen hacer y
deshacer una y mil veces documentos tan absurdos como costosos. Una farragosa
burocracia inútil y cambiante.
Después,
aguantar al montón de gurús sinvergüenzas que, debidamente aliados con los
políticos y amparados por la Universidad, innovan, dicen, haciendo perder un
tiempo precioso al profe en el aula y fuera de ella.
Hay que bregar también por otra parte con una legión de psicólogos que, sin tener la más ligera idea de
lo que es un aula y de cómo funciona, manipulan a padres y alumnos en supuestas
terapias de las que evidentemente viven. Es este otro de los frentes que el
profesor debe controlar, manteniéndose a prudencial distancia de ellos, si
puede. Hay algunos sabios y honestos, los conozco, pero creo que son los menos.
También
ha de lidiar el profesor con los padres. Los hay ejemplares; buenas personas,
responsables y respetuosos, que te ayudan y confortan, pero también hay unos
pocos que mejor hubieran hecho comprándose un perro o un gato que teniendo un
hijo. Y si en un aula tienes uno o dos de estos, ya vas listo. Y es lo normal.
Los
medios de comunicación tampoco ayudan. Ellos ya han hecho su propio juicio de
la profesión y han sentenciado. Cuando pasa algo, el profesor es culpable
mientras no se demuestre lo contrario. Y si tras el linchamiento se demuestra
que el ahorcado era inocente, ya está ahorcado. Ya no dicen nada.
Tampoco
jueces y abogados ayudan mucho. La judicialización del sistema educativo ha
dejado a los profesores expuestos a mil pleitos posibles que, aún ganándolos,
desgastan y destruyen todo resto de ilusión y vocación.
Luego
están los alumnos, en una edad difícil, víctimas de políticos, pedagogos,
psicólogos, familias, medios de comunicación, jueces y abogados y sus propias hormonas desatadas,
que a menudo cornean a quien les ayuda y muerden la mano que les da de comer,
cosa normal a su edad.
Este
es el panorama. Pero parece ser que no es suficiente peso para las espaldas de
unos profesionales a los que debería respetar y hasta mimar la sociedad,
empezando por sus mandamases. Un peso más, los alumnos deben evaluar al
profesor, dice la comunidad educativa.
Y dice
también esta comunidad que la evaluación no tendrá efectos concretos sobre el
profesor, que será para elaborar planes de mejora. ¡La madre que los parió!
Olvidan lo más elemental, que el profesor es una persona, con sus virtudes y
sus defectos, que tiene sentimientos, y una vida a veces difícil. Olvidan que
todo centro escolar es una comunidad con una dinámica social interna donde hay
de todo, como en todas partes, y que esta evaluación puede viciar esta dinámica hasta lo
intolerable.
Hay
otras formas de evaluar a los profesores. Los inspectores, los equipos
directivos y el propio claustro son los que deben realizar esta tarea. Y tienen
ambos información más que suficiente para hacerla. No es competencia ni de
padres ni de alumnos. ¡Faltaba más!
Repito
mis preguntas, ¿Por qué nos perseguís? ¿Qué hemos hecho tan mal? ¿A dónde
queréis llegar? Y sé que no habrá respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario