A mi
madre siempre le ha gustado pintar. Ahora, con sus 91 años, tiene tiempo para
hacerlo, y dedica gran parte de sus mañanas a colorear láminas que va guardando
en una carpeta.
Muchas
veces me dice que me lleve las que me gusten, porque luego, “cuando se vaya”, a
saber lo que pasa con ellas. El otro día, después de enseñarme las últimas, me
dijo una vez más que me llevara las que quisiera, y añadió, "yo pinto porque me
gusta y me lo paso bien, y ya está". Cuando me fui, se quedó pintando ensimismada
sus dibujos, en la terraza, rodeada de plantas, a la luz del sol de invierno. Y
vi en aquel momento poesía y sentido de la vida.
Yo,
como mis hermanos, de vez en cuando me llevo algunas, y las guardo también en una
carpeta. Guardo sus láminas pintadas, láminas como las que comparto a
continuación. Y pienso, divertido, la cara que pondrá cuando las vea en la
pantalla del ordenador y le expliquemos además que las puede ver mucha gente de todas
las partes del mundo. No lo entiende y se queda asombrada, pero se lo cree
porque se lo decimos nosotros, sus hijos.
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