Lamentando
mucho lo sucedido con Julen, y no pudiendo ni imaginar el dolor de unos padres
que ya es el segundo hijo que pierden de un modo trágico, no puedo evitar
volver a sentir en la boca el regusto amargo que siempre me dejan los circos
mediáticos que montamos alrededor del dolor humano.
El
límite entre la solidaridad real y la pantomima, entre el dolor sentido y el
exhibido, entre la información veraz y el espectáculo morboso queda siempre
difuminado en circunstancias como estas. Por eso no juzgo nada ni a nadie. Allá
cada uno con su conciencia.
Pero
lo que sí quiero dejar muy claro es mi convicción de que los medios nos
desfiguran la realidad hasta límites caricaturescos y para muchos, por agravio
comparativo, dolorosos. Por eso hay que estar siempre alerta para no caer en el
engaño de confundir la realidad con la falsa realidad que nos venden y de la
que viven.
En
España, tristemente, mueren niños de dos años por mil causas diferentes, pero
no mediáticas. Y el dolor de sus padres no es menor que el de los de Julen. En
este caso la diferencia la marca, aparte de ser el segundo hijo que pierden, no
el hecho, sino la circunstancia. Y este es el problema; que se nos olvida que
lo importante es el hecho en sí, durísimo, tristísimo y no la forma en que haya
sucedido.
Porque
ver morir a un niño a los dos años nos rebela contra Dios, nos lleva a preguntarle ¿por
qué? desde lo más hondo, y nos hace, en no pocas ocasiones, hasta dudar y
renegar de su existencia, alejándonos de Él para siempre. El cómo sucedió queda en
segundo plano.
Por
eso hoy no sólo hemos de pensar en este niño, Julen, rezar por él y su familia
quien pueda y quiera, sino también por esas otras familias que se han quedado
sin su niñito, discreta, silenciosamente, y que pronto han de volver, como dice
Miguel Hernández, “sin calor de nadie y sin consuelo, de su corazón a sus
asuntos”, sin que el mundo sepa del dolor intenso que va acompañarles, como una
sombra, toda su vida.
El
poema donde están estas palabras se titula Elegía, está dedicado a su amigo
Ramón Sijé, y puede leerse perfectamente pensando en Julen, en su hermanito, y
en cualquiera de esos niños que se van sin casi haber vivido.
Yo
quiero ser llorando el hortelano
de la
tierra que ocupas y estercolas,
compañero
del alma, tan temprano.
Alimentando
lluvias, caracolas
y
órganos mi dolor sin instrumento.
a las
desalentadas amapolas
daré
tu corazón por alimento.
Tanto
dolor se agrupa en mi costado,
que
por doler me duele hasta el aliento.
Un
manotazo duro, un golpe helado,
un
hachazo invisible y homicida,
un empujón
brutal te ha derribado.
No hay
extensión más grande que mi herida,
lloro
mi desventura y sus conjuntos
y
siento más tu muerte que mi vida.
Ando
sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano
levantó la muerte el vuelo,
temprano
madrugó la madrugada,
temprano
estás rodando por el suelo.
No
perdono a la muerte enamorada,
no
perdono a la vida desatenta,
no
perdono a la tierra ni a la nada.
En mis
manos levanto una tormenta
de
piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta
de catástrofes y hambrienta.
Quiero
escarbar la tierra con los dientes,
quiero
apartar la tierra parte a parte
a
dentelladas secas y calientes.
Quiero
minar la tierra hasta encontrarte
y
besarte la noble calavera
y desamordazarte
y regresarte.
Volverás
a mi huerto y a mi higuera:
por
los altos andamios de las flores
pajareará
tu alma colmenera
de
angelicales ceras y labores.
Volverás
al arrullo de las rejas
de los
enamorados labradores.
Alegrarás
la sombra de mis cejas,
y tu
sangre se irán a cada lado
disputando
tu novia y las abejas.
Tu
corazón, ya terciopelo ajado,
llama
a un campo de almendras espumosas
mi
avariciosa voz de enamorado.
A las
aladas almas de las rosas
del
almendro de nata te requiero,
que
tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero
del alma, compañero.
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