Amigos del blog:
Dije
punto final, sí, pero hoy digo punto final a una etapa. Empiezo la siguiente
con mayúscula. Y la mayúscula con la que empiezo es la P, la pe de perdón.
Porque quiero pediros perdón por la forma repentina, un punto críptica, con la
que me despedí hace tan solo unos días.
Los
motivos largamente meditados estaban, pero no fuera, estaban en mí. Y aunque
seguía teniendo mucho que decir y ganas de hacerlo, me había ido invadiendo
desde hacía tiempo la sensación de que era inútil seguir escribiendo, de que a
nadie servía, y de que como más, podría traerme problemas. Lo que está
sucediendo en educación, en política, en medio ambiente, en los medios de
comunicación, en la Iglesia… clama al cielo. Y ese clamor, lo reconozco, me
asustó, y me dije, Jesús, calla; no está el horno para bollos, y tú no estás en
los mejores momentos de tu vida. Y para lo que te sirve escribir. Retírate.
Y
pulsé la tecla para publicar lo que hoy ya es la penúltima entrada. Y creí, en
ese momento, que no podía hacer otra cosa. Pero enseguida vinieron las
llamadas, los amigos preguntando que qué había pasado, y los comentarios en las
redes, y la reiterada petición de que no sea un punto final, de que a ese punto
final le salgan gemelos, que se transforme en puntos suspensivos, como me dicen
en un bonito e inmerecido comentario en el blog.
También
pasó que al día siguiente oí en la tele unas declaraciones tan insensatas como
absurdas… Y quise escribir. Estuve toda la tarde solo en casa, y leí unos
poemas… Y quise escribir. Y vi fotos de un viaje al Pirineo el año 1988… Y
quise escribir. E hice un arrocito con conejo y caracoles, para comer… Y quise
escribir. Y ha empezado el castigo, ya veremos hasta cuando, de los vientos secos del oeste… Y quise escribir.
Y así más y más… Hasta hoy.
Y de
este modo he ido descubriendo estos días, sorprendido, que el blog no era tan
inútil como creía. Que hay personas, muchas más de lo que yo pensaba, a quienes
les sirvo para algo escribiendo. Y que yo mismo necesito hacerlo; que a mí me
ayuda más de lo que hubiera imaginado. Y aunque estoy en un momento de mi vida
de valle en día gris, que no de cumbre bajo el cielo azul, tiene más sentido,
me da más paz volver a escribir, a compartir con vosotros mi vida, mis
pensamientos, mis sentimientos, que el triste retiro por el que había optado y
que me ha ido quemando por dentro estos días.
Y
aunque, como ya he dicho, no esté ni el horno para bollos y yo ande por el
valle gris, con vuestro apoyo y presencia, y mis ganas de seguir escribiendo,
reinicio Los ecos secretos del silencio, con la esperanza de poder mantenerlo
largos años, de poder seguir siéndoos útil con lo más grande que tenemos los
hombres, la palabra. Y lo reinicio profundamente agradecido a todos los que con
vuestros comentarios, vuestros mensajes, con vuestra sorpresa y despago, me
habéis dado tanta fuerza estos días de silencio. No me lo esperaba.
Gracias,
muchas gracias.
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