Ahora
que nieva abundantemente en los Pirineos, me ha venido a la memoria una de las
experiencias con nieve más duras que he vivido. Ya la conté en el blog hace unos dos años, pero ahora puedo hacerlo con las fotos de la aventura que entonces no tenía, pues Isabel no había llegado aún a digitalizarlas.
Eran
las fiestas de Pascua de 1994, año aquel en el que cayeron muy bajas. Estábamos
acampados Isabel, Alejandro, Rubén y yo en el valle de Conangles, a unos 1900
metros de altitud, en un rinconcito que ya conocía, entre dos arroyos, en el
bosque y junto a un gran bloque de granito. El lugar es idílico, con abundante
agua y leña, y bien protegido del viento y la nieve.
El
tiempo no era bueno, y pasamos unos días de paseos cortos y largos ratos junto
al fuego o en las tiendas.
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Recién llegaditos. El tiempo no acompañaba. |
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El bloque de granito junto al que hacíamos el fuego. |
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Preparando una comida. |
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El pico Conangles,al pie del que estábamos, en un rato de cielo limpio. |
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Listos para una excursión. Demasiadas nubes. |
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Ascendiendo hacia el Sarraera occidental. No llegamos. |
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Pronto la niebla nos envolvíó. |
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Había que regresar a las tiendas. |
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La montaña no nos dejaba llegar a la cumbre. |
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De nuevo junto a las tiendas.
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El sábado, 26 de marzo, decidimos bajar a Viella a comer de barete, comprar comida y conocer la previsión meteorológica. Venía ya buen tiempo, aunque para el domingo aún daban alguna débil nevada, así que contentos y tranquilos, por la tarde, volvimos a nuestro campamento en la montaña.
Nevaba
débilmente y después de cenar nos acostamos. ¡Qué noche! El viento comenzó a
coger fuerza y la nevada se intensificó rápidamente convirtiéndose aquello en
una espantosa ventisca. No pegamos ojo, temiendo que nos destrozara las tiendas
dejándonos a la intemperie en medio del temporal, aunque el mismo viento que
las zarandeaba limpiaba de nieve nuestro pequeño campamento.
Hacia
el amanecer la tienda de Alejandro y Rubén cedió, y acabaron en sus sacos, con
media tienda encima de ellos y nieve por todas partes. Había que salir de allí. En un momento de calma nos levantamos,
desmontamos las tiendas y nos preparamos para bajar.
Y
empezamos el descenso hacía el Hospital de Viella, situado junto a la boca sur del túnel, donde teníamos el coche. El camino, que es cuesta abajo, se tarda una media
hora larga en recorrer. Nos costó casi cuatro horas.
El
avance era lentísimo, pues nada más abandonar el protegido pradito donde
estábamos, en muchas zonas la nieve nos llegaba casi por la cintura y, cargados
como íbamos, cada metro costaba un gran esfuerzo. Además el temporal se
intensificó, nevaba con mucha más fuerza y el viento, en contra, lo hacía todo
más difícil todavía.
Llegados
a una zona bastante llana, donde aún era más lento el avance, expuesta además a las
avalanchas que podían caer por las canales de la cara sur del Sarraera
occidental, empecé a temer seriamente que pudiéramos salir bien parados de
aquella aventura.
Entonces
escuchamos, en medio del fragor de la ventisca, las quitanieves que intentaban
mantener abierta la carretera. Fue nuestra salvación. Decidimos dejarnos caer por
la ladera, braceando en la nieve donde nos hundíamos, a veces casi hasta el cuello, hacia la carretera que estaba allá
abajo, y lo sabíamos, aunque nada veíamos. Era todo de un blanco grisáceo.
Por
fin llegamos a ella, cerca de donde teníamos el coche. Sería casi medio día.
Pero aún no se había acabado la historia. “La Olivia” no arrancó y además, el
camino del aparcamiento a la carretera general, de escasos cien metros, estaba
totalmente nevado. Y cuando entre todos los que allí estábamos, con una pala y
los tapacubos de los coches, conseguimos medio abrirlo, siguió sin arrancar,
aunque Isabel subió gasolina de Viella a donde bajó a dedo, por si era ese el
problema. No lo era.
El
tiempo pasaba, el viento, la nieve, y el frío seguían, y la noche se nos echaba
encima. Los demás coches consiguieron salir, y el nuestro allí se quedó, y
nosotros con él.
Al
fin, dos a dedo y otros dos con la Guardia Civil, que había tenido un día bien
ajetreado, bajamos al pueblo. Y a la hora de cenar llegamos a Viella.
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El río Conangles cuando regresamos de Viella. |
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De camino hacia las tiendas con la esperanza del buen tiempo. |
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Aunque había estado nevando todo el día aún se subía bien. |
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A la mañana siguiente. Nuestra tienda aguantó bien. |
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El viento limpiaba de nieve nuestro rinconcito. |
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Pero rompió la tienda donde dormían Alejandro y Rubén. |
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Nuestra cocina, medio tapada por la nieve. |
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Listos para bajar al pueblo. |
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La ventisca arrecia. |
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Cada vez hay más nieve. |
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El viento obliga a refugiarse de él continuamente. |
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Y más nieve... |
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Y más, y más... |
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Por fin llegamos al coche. |
Y
cuando entramos en la habitación de un hotel, calentita y confortable, caímos
en la cuenta de que en todo el día no habíamos bebido ni comido nada, ni
desbebido ni por supuesto descomido. Estábamos en modo emergencia. Es curioso
el cuerpo humano lo que es capaz de hacer cuando de sobrevivir se trata.
Una
reconfortante olla aranesa inició una cena memorable, tras la que un sueño
reparador y bien merecido nos dejó como nuevos para disfrutar de Viella
totalmente nevada, mientras la grúa subía a por el coche y lo dejaba en el
taller, pues el lunes era festivo. El martes, por fin, volvimos a casa.
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Viella, al día siguiente por la mañana desde la habitación del hotel. ¡Una nevada débil! |
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