Me
adhiero plenamente a este hombre, Carlos San Juan, de 78 años, que ha recogido
más de 100.000 firmas pidiendo atención presencial en los bancos. Y el eslogan
utilizado, "soy mayor, no idiota", me parece perfecto y me identifico plenamente
con él.
Creo
que habría bastante más de cien mil, la mía entre ellas, si se le hubiera dado
al asunto el mismo bombo y platillo que se le da a otros asuntos menos
importantes y por supuesto menos justos.
Acepto
que hay que tratar de mantenerse al día en todos los aspectos, entre ellos la
digitalización de nuestras vidas. Pero eso tiene unos límites. El primero es la
capacidad que cada persona tiene para manejarse con las llamadas nuevas
tecnologías, que ya no son tan nuevas por cierto. El segundo es la soberana voluntad
de aquellos a quienes no les da la gana de pasar por determinados aros, voluntad que siempre que se ajuste a la ley debe ser respetada. Pero esta cuestión es otra cosa y merece tratamiento a parte.
Hablemos de los que queriendo no pueden porque no saben o les cuesta mucho, muchísimo aclararse con las pantallitas y otras zarandajas tecnológicas; y no hablemos de la burocracia y del lenguaje de los bancos.
Esta burocracia y este lenguaje, ya de por sí complejos, digitalizados es ya inalcanzable para
demasiados. Hay mucha gente que tiene que echar mano de familia, conocidos,
amigos o instituciones públicas, como servicios sociales, por ejemplo. Y fiarse
de ellos plenamente, ¡claro! Y eso crea una sensación de ser un inútil y de estar
al margen de la sociedad, demoledoras.
Este
mundo no es mío. Estoy fuera de sitio. Mi tiempo pasó.
Y no
estoy exagerando. A mí a veces me cuesta, y mucho, hacer determinada gestiones,
pero tengo recursos humanos a mi alcance. Hay a quienes les cuesta mucho más
aún y no tienen a nadie.
Por
eso, y por otras cosas, cuando oigo la tan manida palabra inclusividad, me
salen rayos y centollos (se dice centellas, pero es más gastronómico y sabroso
centollos) y me entran ganas de arrearle un sopapo al pelandusco o pelandusca
(para que no se diga) que nos taladra con el palabro que, por cierto, aún no
está en el diccionario de la RAE; pero todo llegará.
Y lo
peor es que en el caso de los bancos, el objetivo de esta exclusión y
marginación de un sector de la sociedad, es ganar más dinero aún del que ganan.
Excluyo para enriquecerme. ¡Inadmisible!
En la
administración el objetivo puede ser más digno; agilizar gestiones y ahorrar
dinero público, pero en ese caso habrá que estar atentos a facilitar a todo el
mundo, por viejecitos y/o “cortitos” que sean, el acceso a los servicios que
presta.
Pero
el señor don Carlos San Juan se ha referido a los bancos. Y con razón. Porque
ahí no hay justificación moral alguna. Es un mundo complejo, con un lenguaje
hermético, con máquinas en vez de personas y con el objetivo único de
enriquecerse con nuestros dineros. Un
mundo sin alma por el que, quieras o no, has de pasar.
Y ojo,
no hablo de los empleados de banca. Ellos no son para nada culpables de este
abuso y este desacato. Ellos son, en las sucursales que van quedando, lo poco
de humano que tiene la banca.
¡Muy
bien por su iniciativa, señor San Juan!
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