Ahora
que vuelven al frente mi mujer, algunos de mis amigos y mis compañeros, mientras
yo me quedo ya en la reserva, veo con preocupación el duro combate que les
espera.
Sé que
una de las frases más repetidas va a ser ponte bien la mascarilla, o incluso,
ponte la mascarilla, sin más. Sí, lo dirán muchas veces, muchas y muchas.
Y yo
me alegro de ya no estar ahí, porque conociéndome, sé que hubiera llevado eso
muy mal, y que los esfuerzos por no arrear más de un soberano sopapo (porque no
dejan, y porque además no sirve para nada) me hubieran llevado al
agotamiento.
Sé que
algún meapilas políticamente correcto se escandalizará de esto que he dicho,
pero me da igual. Creo que la situación que vivimos es bastante clara, y el
sufrimiento y el hartazgo que produce suficientemente rotundos, como para
andarse con concienciaciones, amonestaciones y llamadas a la responsabilidad.
Hay
víctimas, sigue habiendo víctimas. Y para evitarlas las armas están claras,
ventilación aunque haga frío, mascarilla, aunque moleste, y distancia aunque
nos queramos mucho y las hormonas (cosa normal en los adolescentes) nos lleven
al abrazo, al besuqueo y al toqueteo.
A
estas alturas, y con la que está cayendo, no se debería consentir en ningún
colegio ni instituto que se infringieran estas normas. Y las sanciones deberían
ser durísimas. Y el apoyo de la administración al profesorado, incondicional.
Pero
sé que no será así.
Aunque
hay otros caminos, pero claro, hoy están prohibidos… En fin, no sigo por ahí. Pero
es que estoy muy, muy hartito, no sólo del bicho, sino de la profunda estupidez
con la que muchos actúan ante el bicho.
Por
eso estoy mucho mejor en la reserva.
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