No me
resulta nada fácil escribir estas líneas, pero tengo muy claro que quiero
hacerlo y además debo hacerlo. Sé además que mis palabras las suscribe
plenamente Isabel, y a buen seguro las suscribiría mucha gente que no leerá
nunca esto y mucha de la que sí lo leerá.
Empiezo
por darte las gracias de todo corazón por todo, que ha sido mucho, muchísimo.
Has sido, Ricardo, una bendición para nosotros, un rayo de luz, aire fresco y
limpio, una presencia sanadora… No podíamos ni soñarlo cuando Juan te trajo por primera vez a nuestra casa.
Nadie esperaba que tuvieras que irte tan pronto; tú tampoco. Pensabas jubilarte entre
nosotros. Tenías proyectos a largo plazo… Pero el sr. Arzobispo te quiere más
cerca y que tu acción llegue a más gente, por eso te ha nombrado Vicario Episcopal, y te has de ir.
A
nosotros nos duele, ¿sabes? También a ti te duele dejar esta comunidad
parroquial a la que quieres y querrás siempre, lo sabemos. Pero he de reconocer
que don Enrique ha tenido buen criterio, mal que nos pese, porque ha elegido a
quien no buscaba ser elegido. Siempre he pensado que en la Iglesia como en otras muchas instituciones, el que ansía un cargo en
realidad se está buscando a sí mismo; no es de fiar. Al que ni lo sueña, a ese hay que
dárselo, lo entenderá como servicio. Y ahí estás tú.
Y por
obediencia y como servicio a tu Iglesia, a nuestra Iglesia, nos dejas. Te vas
por esos caminos del mundo, negándote a ti mismo, a servir como nos has
servido, a cuidar como nos has cuidado, a ayudar como nos has ayudado, a reconciliar
como a tantos has reconciliado, siempre en nombre del Señor.
Dejas
en nuestra memoria momentos inolvidables, algunos públicos, otros más íntimos
que así deben seguir. Con niños, jóvenes, ancianos, matrimonios, enfermos…En lo
más duro de la pandemia las campanas nos decían por la tarde que habíais
acabado la misa, y pensaros allí, solos en el templo silencioso, haciendo presente a Jesús, rezando por
todos, nos reconfortaba. O cuando saliste a la puerta con el Santísimo y
te vimos por la tele bendiciendo al
pueblo frente a la plaza vacía… A cuánta gente le saltarían las lágrimas en
aquel momento.
Como
han saltado hoy en tu última misa como nuestro párroco. Puedes estar seguro de
que ese largo y cerrado aplauso, con toda la iglesia en pie, arrancaba desde lo más hondo de tus
feligreses, incluso de muchos que no lo son y hoy han estado también allí. Era
la forma de darte las gracias y de decirte que te queremos.
Y no
te sientas abrumado por tanto cariño. A fin de cuentas uno recoge lo que
siembra, y si tú hoy estás recogiendo esto es porque lo has sembrado y es
ahora el momento de la cosecha en esta bendita tierra de Ribarroja. Disfrútalo como un regalo merecido.
Porque lo mereces, no pienses que no lo mereces. Claro que sí. Somos nosotros, hablo ahora por Isabel
y por mí, los que no merecíamos el sorprendente y hermoso regalo de tu amistad.
Cuando
esta noche te acuestes igual te cuesta dormir, ¿verdad?
Piensa en la lectura de Isaías de la misa de hoy:
"Porque mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son mis caminos
-oráculo del Señor-.
Cuanto dista el cielo de la tierra,
así distan mis caminos de los vuestros,
y mis planes de vuestros planes".
Y Él te lleva por sus caminos. Que esta certeza te dé paz.
Amigo Ricardo, has sido para nosotros, para muchos, una caricia de Dios. Que Él te bendiga y te acompañe siempre.
Isabel y Jesús.
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