Andaba
el otro día por el monte cuando se me hizo la hora de almorzar. Me detuve en
una roca que junto al sendero se me ofrecía como una cómoda silla. Nada más
sentarme escuché con claridad un ruido que ya había oído un poco antes. Puse
atención; era un chapoteo aderezado con algún que otro gruñido o eso me
pareció.
Pronto
descubrí su origen. A unos diez metros de mí, tras unos pinos había una
hondonada ocupada por una charca llena de agua por las recientes lluvias, y
allí una piara de jabalíes tomaba tranquilamente su baño matutino. Hacía un
buen sol y el aire era agradablemente fresco.
No
habían detectado mi presencia debido a mi caminar silencioso, el viento de
ellos hacia mí y el propio ruido que hacían. Me quedé un rato contemplándolos,
disfrutando tanto o más que cualquiera de ellos, que parecían pasarlo muy bien.
Luego
pensé en almorzar allí mismo, pero no quise perturbar su baño, pues si me veían
se irían perdiéndose en el pinar. Y seguí mi camino almorzando un ratito
después.
Me
gusta estar en la naturaleza sin que se note que estoy, sin dejar ninguna
huella, sin interferir en sus ritmos habituales. Estar como si no estuviera.
Hacerme lo más invisible posible y no molestar nunca, ni romper nada, por
pequeño que sea.
Pero
hubo una cosa que me dio mucha rabia. Cuando ya me habría alejado unos
doscientos metros caí en la cuenta de que no había hecho ni una sola foto, ni
un video, nada. No entendí por qué motivo no se me ocurrió, cuando llevaba la
cámara a mano y el móvil en la mochila. Pero así me fue, por lo que me quedo
con la imagen en mi memoria y estas letras para trasmitirla del mejor modo
posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario