Hay muchas y
muy bonitas frases sobre la amistad y las hay porque eso de la amistad es un
asunto importante, muy importante.
Todos
necesitamos amigos, y si alguien dice que no necesita ninguno, algo anda muy
mal en su vida, pero que muy mal.
Un amigo es
algo muy grande. Compañeros, amiguetes, conocidos, son otras cosas, importantes
también, necesarias y que hay que cuidar con esmero, pero son otras cosas,
además bien diferentes entre sí.
Un amigo entra
en esa esfera de nuestra vida donde sólo están algunos familiares, que tampoco
todos; entra en lo más personal, lo más íntimo. Y la relación es de tal
naturaleza, que trasciende el tiempo y el espacio. Hay amigos de casi todos los
días, de todas las semanas, de varias veces al mes, de “de vez en cuando”,
incluso de una vez al año, o de cada dos años…, pero si son amigos, son amigos.
Y punto.
Y ¿cómo
reconocemos Isabel y yo a un amigo? Pues de muchas maneras. He aquí algunas.
Con los amigos
estamos a gusto. Por eso buscamos su compañía y nos alegra cuando ellos buscan
la nuestra. Cuando sea.
Los amigos nos
aceptan tal cual somos, con nuestras peculiaridades y rarezas, con nuestros
defectos y virtudes, con nuestras opiniones, a veces diferentes a las suyas.
Los amigos
tienen confianza para decirnos “esta noche no me apetece salir a cenar”
sabiendo que nadie se enfada por eso, pero se esfuerzan para que eso pase pocas
veces, si es posible ninguna.
Los amigos nos
ayudan cuando les pedimos ayuda. Nos consuelan cuando estamos “pochos”, nos
disculpan cuando estamos cansados.
Los amigos nos
escuchan cuando nos desahogamos, cuando les contamos nuestras batallitas,
cuando nos enrocamos con nuestras “neuras”.
Los amigos nos
defienden, si es preciso a mordiscos, cuando alguien habla mal de nosotros,
cuando, vete tú a saber por qué, nos pone verdes, aunque tenga parte de razón.
Los amigos nos
perdonan, cuando metemos la pata y les hacemos daño. Nos dicen que les ha
dolido, pero sabemos que nos perdonan y nos sentimos perdonados.
Los amigos nos
permiten crecer, nos dejan libres, nos dan alas. Nunca nos amarran, nunca nos
absorben, nunca nos agobian.
Los amigos no
ignoran nuestros esfuerzos, nuestros actos, nuestros trabajos. Los aplauden o
los critican, siempre cara a cara, pero
jamás los ignoran; el desprecio que supone el ignorar, duele mucho de un amigo.
Los amigos
están en los momentos importantes de nuestra vida. En los gozosos y en los
tristes. Están allí, riendo, llorando, o en silencio, y sabemos que están. Se
siente su calor.
Con los amigos
podemos estar callados largos ratos, pensando, contemplando. No nos hace falta
estar siempre “de palique”; aunque casi siempre haya cosas de qué hablar.
Cuando las
circunstancias de la vida nos alejan de los amigos durante mucho tiempo, el día
que vuelven, el día que los encuentras, es como si nunca hubieran estado lejos,
como si nos hubiéramos visto ayer mismo. ¡Y eso es tan bonito!
Y si el paso
del tiempo nos separa para siempre del amigo, nunca podremos sustituirlo, nunca
podremos olvidarlo, porque al formar parte de nosotros mismos, ya nada podrá
ser igual, nada volverá a ser como fue
cuando estaba el amigo.
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