Unas pocas
fotos para que veáis cómo está el monte quemado esta primavera. Es realmente un
espectáculo sorprendente, de una extraña belleza, de una belleza acusadora que recuerda
lo que podía ser y ya no es.
Es como una
afirmación rotunda de la vida frente a la muerte. No hay resignación en este
paisaje, no hay aceptación de “lo inevitable”. Es una vez más la eterna lucha
entre el bien y el mal; es el bien que recuperándose del golpe sucio y
traicionero, desde la debilidad y la vulnerabilidad, planta una vez más cara al
mal.
Cuando recorro
éstas, hoy tristes pero hermosas soledades, oigo, casi de modo físico, la voz
antigua de la vida, surgiendo del silencio, buscando quién escuche, buscando
quién entienda que éste no es el camino.
Pronto vendrán
los rigores del verano. No desaprovechéis la oportunidad de pasear un rato en
calma y silencio por el monte quemado, en primavera. Y escuchad, escuchad, y si
tenéis niños, lleváoslos con vosotros; ellos también saben escuchar.
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