Este pasado fin de semana estuvimos en Segovia.
Aparte de disfrutar de la ciudad bajo la lluvia, todo un lujo, recordar a
Machado y comer bien, tuve la oportunidad de hacer un viaje al pasado, un viaje
35 años atrás.
El año 1979, cuando aún estaba en el grupo Junior de
San Miguel y San Sebastián, “el movi”, nos fuimos de campamento de Pascua a
Navafría, un pueblecito del Guadarrama a media hora escasa de la ciudad.
No sé cómo fuimos a parar allí. El caso es que el
Jueves Santo llegamos a un paraje precioso a tres kilómetros del pueblo. Un
denso pinar, el suelo muy verde, un bravo torrente y un barracón de madera y
piedra iban a ser nuestra casa durante 7 días.
Seríamos alrededor de 50 personas entre niños y
monitores y el mayor, con 19 años, era yo, creo recordar. No llevábamos coche,
íbamos a dormir en tienda y toda la infraestructura del campamento cabía en el
autobús. ¡Imagináosla!
El viernes salió un día limpio y frío. Lo dedicamos a
montar “las instalaciones”. Pero en la noche del viernes al sábado nos llegó la
sorpresa en forma de un suave repiqueteo en las lonas de las tiendas que nos
despertó a muchos. Nevaba, nevaba con ganas. A la mañana siguiente, más de 30 cm . de nieve habían
trasformado el paisaje, que estaba increíble, pero la nevada nos había “esclafado
el campamento”… Estaban hundidas casi todas las tiendas y el toldo de la
cocina, sacos y ropa, mojados, objetos y utensilios perdidos en la nieve… Un cielo
oscuro y un intenso frío acabaron de crear un espectáculo desolador.
Cuando íbamos a bajar al pueblo a pedir ayuda, los
forestales se adelantaron. Llegaron con un todo terreno y una brigada y nos
montaron en el barracón una estufa de gasoil que estuvo día y noche encendida, y en un claro próximo que había en el bosque, nos hicieron una enrome hoguera que también ardió
día y noche hasta que nos fuimos.
De este modo, el campamento se convirtió en un
auténtico ejercicio de supervivencia en plena naturaleza. Dormíamos en el
barracón, calentitos, y de día paseábamos por el bosque, charlábamos junto al
fuego y bajábamos al barete del pueblo del que guardo gratísimo recuerdo.
Pero aún iba a pasar algo más en ese campamento. La
tarde del sábado, cuando nos disponíamos a preparar la celebración de la Vigilia Pascual , a una de las
acampadas, hoy muy buena amiga mía, esposa de un no menos buen amigo, y madre
de tres hermosos retoños ya bien “criaos”, le cogió una especie de patatús que
interpretamos como un ataque al corazón. Le faltaba el aire y comprobamos que
tenía una taquicardia salvaje.
Mientras unos monitores entretenían a los niños para
que no se dieran cuenta y se asustaran y otros acompañaban a la enferma, un
chaval y yo salimos corriendo hacia el pueblo para pedir ayuda. Recuerdo aún
aquella carrera de noche, por la carretera nevada y con el miedo de no llegar a
tiempo haciéndote sacar fuerzas de flaqueza.
A la entrada estaba el cuartel de la Guarda Civil. Entramos y nos
dijeron que el único coche disponible estaba de servicio pero que le llamarían
por radio aunque había ido lejos y las carreteras tenían mucha nieve. Tardaría.
Continuamos hasta el pueblo, y al entrar en el bar vimos que estaban los
forestales. ¡Qué cara nos verían que salieron corriendo con nosotros mientras
les contábamos lo que pasaba!
Enseguida, sabían conducir por carreteras nevadas,
estuvimos en el campamento. En el momento de arrancar el coche de vuelta a
Navafría le cogió otra crisis. Recuerdo la nieve saltando a los lados, los
faros iluminando el bosque, las ruedas derrapando en las curvas. Lo recuerdo
como si lo viera ahora.
Al llegar, estaba el médico, al que había avisado la Guardia Civil , un
grupo de vecinos y llegaba, también a toda velocidad, la patrulla que estaba de
servicio.
El médico, tras un minucioso examen, no detectó
patología cardiaca alguna aunque como no estaba claro del todo, nuestra buena
amiga se quedó, acompañada, en el pueblo, en casa de un vecino que amablemente
se ofreció a acogerla en su casa y al día siguiente regresó a Valencia. Nunca
más ha vuelto mi buena amiga a tener un susto parecido, ni a dárnoslo.
Este recuerdo, bastante vívido en mi mente, me hace
pensar cómo eran las cosas hace 35 años. Aquello eran campamentos, aquello eran
aventuras, aquello cambiaba a las personas, aquello nos hacía crecer, aquello
nos hacía sentir la vida intensamente.
Doy gracias a Dios por haber podido vivir aquellos
tiempos y por haberme podido sumergir
unas pocas horas en el pasado, también en una mañana gris, lluviosa y
fría de principios de primavera, 35 años después.
Ayuntamiento de Navafría, frente al bar, donde nos esperaba el médico y la guardia civil. |
El torrente, que seguía llenando el bosque con su sonido, como entonces. |
Isabel pasea ante el barracón donde aguantamos seis días. Se estaba bien. |
Actualmente la zona es una concurrida área recreativa y el barracón, en verano, un bar. |
La carretera que llevaba al pueblo. |
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