Asisto asombrado al espectáculo deplorable del día
después, de la semana después.
Los medios de comunicación en pleno, coreando de un modo descarado
cada uno a “los suyos”, continúan interpretando la complejísima realidad social
en la clave de siempre, derechas e izquierdas.
Los partidos, jugando sus cartas para "pillar" cuanta más porción del pastel mejor, sacando rédito a un discurso que hace ya tiempo que está vacío de contenido.
La ciudadanía, unos asustados, otros entusiasmados
y no pocos indiferentes, tragándose la información que les llega sin más, sin
reflexión alguna, sin el más mínimo sentido crítico.
Decir que la llamada derecha es conservadora,
destructora del estado del bienestar y las libertades democráticas, corrupta, y
que la llamada izquierda es progresista, defensora del estado del bienestar y
de la libertades y honesta, hoy día es mentira, como mentira es decir esto al
revés, que también hay quien lo dice, y no pocos.
Y es mentira
porque no existe tal cosa. Porque hay millones de ciudadanos cuya forma
de pensar, sentir y vivir, no se ajusta ni de lejos a ninguna de estas dos
opciones, opciones que en su momento, siglo XIX y parte del XX explicaban muy
bien los acontecimientos sociales pero que hoy están obsoletas.
Vamos a ver, cualquier partido en una democracia europea
habla de defender esa democracia, de preservar la libertad, de tolerancia, de
progreso social, de justicia, de educación y sanidad de calidad y para todos,
de un desarrollo económico sostenible, de respeto al medio ambiente… ¡Claro!
Cualquiera. ¿Dónde está pues la diferencia?, y no me
habléis de corrupción porque corruptos hay en todas partes; pues en cómo
alcanzar esos objetivos realmente comunes a casi todos. Y ahí está el juego
político inteligente y sensato. En ponerse de acuerdo, o no, en los caminos
concretos que utilizaremos para llegar ahí, en las herramientas que
utilizaremos. Y esos caminos, hoy en día, no se pueden clasificar en derechas e
izquierdas. ¡Por Dios que es mucho más complejo!
Por eso, viendo que todo el discurso postelectoral
gira en aliarse como sea y con quien sea para “frenar a la derecha”, me asusto,
porque eso no es más que una manipulación pura y dura. Porque no hay derecha que frenar,
ni izquierda que frenar tampoco.
Lo que si que hay que frenar es a cualquiera, sea
partido, asociación o individuo que atente contra la democracia, que nos prive
de libertad, que haga de la intolerancia su bandera, que impida el progreso
social, que genere situaciones y estructuras injustas, que juegue de cualquier
modo con la educación y la sanidad, que no sitúe la economía al servicio del
hombre, que desprecie el medio ambiente…
Y estos planteamientos no son patrimonio de eso que
se empeñan en seguir llamado derecha o izquierda. Estos planteamientos están
agazapados en lo hondo de determinadas personas que están todas partes, y que
al igual que a los corruptos, que están también en todas partes, hay que
identificar y frenar. A ellos sí hay que frenarles.
Por eso, plantear el necesario cambio social y
político desde la perspectiva derecha e izquierda es el mayor de los errores.
Hay que ver entre todos, y subrayo todos, los que han sido elegidos por los
ciudadanos, cómo hemos de ir a dónde casi todos queremos ir. Sin antiguos
prejuicios, sin clichés preconcebidos, sin rencores recientes, o viejos y
tristes rencores históricos. Abandonando de una puñetera vez ese cainismo tan
nuestro que nos hace ver siempre dos Españas, una buena y una mala, abocadas a
un destino inevitable, el del enfrentamiento y la necesaria victoria de la una
sobre la otra, que es siempre la derrota de todos.
Y esto es lo que temo que pase una vez más, de hecho
ya está pasando, porque lo que veo no es más que un juego de máscaras sin
sentido, un grotesco y vergonzoso carnaval generado alrededor de algo que ya
hace tiempo dejó de existir.
Hay que decirlo muy alto y muy claro. Interpretar en
clave de derechas e izquierdas la compleja realidad de la España de hoy, en la Europa de hoy, y en el
mundo de hoy, es una falacia perversa, una mentira gigantesca, una
simplificación maniquea y pueril que sólo puede conducirnos al abismo de
repetir indefinidamente la historia en una suerte de bucle temporal sin avance,
sin progreso, sin futuro.
El águila vuelve a comerse los hígados de Prometeo. Y
eso, de verdad, me da miedo, mucho miedo.
Buenísimo, Jesús. La lástima es que hasta ahora los elegidos por el pueblo se han pasado por el forro el bien común y han mirado únicamente por sus intereses y los de su maldito partido. Ojalá cambie la cosa algún día!
ResponderEliminar¡Ojalá!, pero a la vista de los acontecimientos no soy optimista. No veo que a nadie le interese apearse de esta gran mentira sobre la que gira toda la política que se hace en España. Y eso es triste y peligroso.
ResponderEliminarMientras sigamos hablando de derechas e izquierdas no habrá progreso, ni estabilidad, ni reconciliación, que ya es hora que la haya.
Pero es lo que hay, y todos tan contentos.