Ese mundo se recoge en mí, más presente que el real, más vivo que la vida misma. Y me llena, y me rodea y me protege.
Estas palabras son el encabezamiento del blog. Tan
ciertas como la necesidad que tengo hoy de sumergirme en el mundo mágico de las
montañas, tal cual un exiliado que busca un rincón de paz y de sentido allende
las fronteras de la tierra que le vio nacer.
Corría el año 1980. Abril. Yo empezaba a hacer
montaña en serio y con mi amigo Miguel, me fui a pasar una semana al valle de
Benasque.
De Valencia a Lérida en tren con trasbordo en
Tarragona. De Lérida a Barbastro en autobús. De Barbastro a Graus otro autobús.
Y por fin de Graus a Benasque ya de un tirón. Saliendo a la media noche de
Valencia, llegábamos a Benasque hacia las siete de la tarde. Y con la mochila
cargada con todo, casi 30 kg.
Cena en el pueblo, noche al raso en las afueras y
marcha a Batisielles con las primeras luces, donde acampamos.
Nadie pasó por allí en toda la semana. Éramos dueños
de la salvaje belleza de aquel inigualable rincón del Pirineo. El fuego por la
noche, el calor acogedor de la tienda, romper el hielo del río para lavarnos la
cara por la mañana... Gozamos de cielos azules, de una nevada que nos regaló un
día de tienda y hoguera. En las excursiones por la zona, bosques nevados, lagos helados, las imponentes crestas y cumbres de las Tucas de
Ixeia, el grandioso Perdiguero, el macizo de la Maladeta…
Dos noches, bajamos a tomar un carajillo a Benasque,
¡desde Batisielles! Y luego, vuelta a la tienda a la luz fría de la luna de
Pascua. Ahora eso sí, al día siguiente, con las primeras luces, al monte.
Éramos jóvenes e insensatos. En una tercera ocasión bajamos a recoger a nuestro
amigo Jesús Basilio, que subió unos días después en autobús; cenamos y subida de nuevo a nuestro campamento en el bosque.
Recuerdo que la última noche, antes de regresar, como
el autobús salía hacía las 5 de la mañana, dormimos, tras alargar la cena todo
lo que pudimos, en el vestíbulo del ayuntamiento, abierto a la plaza.
Cierro los ojos y aún lo veo, lo vivo. Una lluvia
densa y mansa caía sobre el pueblo, el valle, las montañas, donde sabíamos que estaría
siendo una gran nevada. Arrebujado en mi saco de dormir, sobre el suelo duro,
sintiendo la humedad y el frío en la cara, escuchando el rumor monótono del
agua sin viento, recordaba los días magníficos pasados en la montaña. Recordaba
lo feliz que había sido. Y se agrandaba en mí esa vocación que ha iluminado
toda mi vida. Y entonces, igual que ahora, pensaba en volver lo
antes posible. Y aún estaba allí.
Sí, éste y mil recuerdos como éste me llenan, me rodean
y me protegen…en días como hoy.
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Nuestra tienda en Batisielles. |
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El Perdiguero. |
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Yo, contemplando el Perdiguero un día de norte. |
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Las Tucas de Ixeia. |
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El Perdiguero desde Escarpinosa. |
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El macizo de la Maladeta. |
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Macizo de la Maladeta y Vallibierna. |
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Ibón de Perramó |
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Pico de Estós. |
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Tucas de Ixeia. |
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Descendiendo del pico de Estós las Tucas de Ixeia. |
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Macizo del Posets. |
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Valle de Benasque desde el pico de Estos, hacia el sur. |
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El macizo de Posets. |
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Picos Clarabide y Gías en el valle de Estós. |
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Alto valle de Estos, en el sendero de Batisielles al refugio. |
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