Llano de Petramula, en el valle de Chisagüés. Se ve la pista de acceso y la furgoneta del "inglés errante". |
Llovía
mansamente esta mañana, sin estruendo, pero llovía bien, y esta tarde una
fuerte tormenta ha dejado mucha agua, granizo, viento… se agradece después de
unos días de cielo azul, de sol, de sendas, laderas, crestas y cimas. Ha sido
día de reposo, de ver llover a través de la ventana, de comer bien, dormir
mejor, de reponerse para volver a echarse al monte cuando vuelva el buen
tiempo.
Y de
pensar. Y hoy, desde la comodidad de un buen apartamento en Bielsa, pienso en
el hombre que me encontré ayer en la montaña, con el que “hablé” un ratito, si
es que hablar se puede llamar a lo que hicimos.
Estaba
solo, con su furgoneta de matrícula inglesa, antigua, toda pintada con dibujos
de montañas. Había subido hasta un prado, por una pista forestal mala, muy mala
en algunos tramos, lo que me resultó inverosímil, pero allí estaba, sonriente
cuando me vio llegar, admirándose con expresivos gestos de la belleza del
lugar.
Había
hecho la colada y tenía la ropa tendida al sol. La furgoneta abierta mostraba
un camastro, varias cajas de comida y material de montaña, que me pareció de
cierto nivel, y libros.
Por
señas, pues él solo hablaba inglés, y yo no sé nada de inglés, me dijo que
había estado en la La Munia, un tresmil importante, y que pensaba quedarse dos
días allí. Le dije que venía mal tiempo precisamente para los próximos dos días
y creo que me respondió algo así como que comería, dormiría, leería…en fin, que
si hacía buen tiempo OK, si lo hacía malo, también OK.
Después
sacó un mapa de carreteras, que bien poco le servía allí, y me pidió que lo
orientara en la zona. Saqué entonces el mío de montaña y, tras mostrar gran
alegría, lo fotografió con su cámara, y luego escuchó atentamente mis
explicaciones sin perder de vista mi dedo que se deslizaba sobre el mapa
marcando valles y cumbres.
Con
un “veritankyou” que sí entendí y un efusivo “gudbay”, que también entendí, se
despidió aquel hombre cuarentón, rubio, delgado y de intensos ojos azules. Y
allí se quedó, más solo que la una, a casi dos mil metros, en un precioso
rincón del Pirineo llamado Petramula, en el valle de Chisagüés.
Y ahora
pienso que estará allá arriba solo, en su furgoneta, hoy no creo que haya ido nadie
por allí, mientras el paisaje todo, ayer espléndido, habrá desaparecido
envuelto en nubes y brumas. Oscuridad y silencio, roto por el sonido de la
lluvia y el granizo en el techo de su “casa”, el rumor del torrente junto al
que estaba y el trueno, imponente en la montaña. Y es que hay tantas formas de
vivir la vida, de encontrar sentido a la existencia. Yo, a aquel hombre lo vi
feliz, trasmitía paz, olía a libertad…¿quizá a demasiada soledad?...
No sé. No sé nada más de él, ni
sabré nunca, pero el encuentro dejó en mí un agradable sabor de boca. Fue el
bonito final de un muy buen día de montaña. Por eso lo comparto.
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