El sol
caía a plomo sobre los campos, las calles, la gente, y el calor era poco menos
que insoportable, cuando el Cristo llegaba al pueblo, a su pueblo, entre
aplausos, alegría desbordada y emoción contenida.
Como
hace 75 años, volvió a salir de la parroquia de san Miguel y san Sebastián, de
Valencia. Toda una noche de camino. Mislata, Quart, Manises, y Ribarroja. Y un recorrido
entrañable hasta la iglesia.
Un
acto éste lleno de sentido, y de un sentido muy profundo. Un acto muy hermoso.
No se me escapa el hecho de que entonces entró el Cristo en un pueblo roto, en
una sociedad herida por el horror de una guerra que había acabado tan solo dos
años antes. ¡En qué abismo de sufrimiento y de dolor llegó al pueblo la imagen
del Cristo de los Afligidos entonces!
Hoy,
el ambiente era de fiesta. De fiesta honda. De encuentro. Hoy había palabras de
concordia. Me ha gustado. Me ha gustado mucho.
Alguien,
cuando le he contado cómo ha sido todo, me ha dicho algo sorprendido, “¡Huy,
como antes!”. Banda de música, autoridades, ejército, banderas, discurso del
alcalde…
Sí,
quizá como antes. Pero era ahora. Y yo creo que estaba todo en su sitio. Ya lo
he dicho, me gustaba el ambiente. Porque creo que aquí, en este pueblo, en esta
tierra nuestra, cabemos todos. Todos o nadie. Y la opción es clara. Todos.
Y de
todos es el Cristo. De los que estaban y de los que no estaban. Y esa es
precisamente la primera exigencia que tenemos como creyentes. Vivir de tal modo
que el confesar nuestra fe en ese Cristo no sea motivo de escándalo para los
que hoy no estaban por indiferencia, por desprecio, quizá por rencor… Que el
llevarlo sobre nuestros hombros, vitorearle, aplaudirle, cantarle los gozos,
esté en armonía con una vida que, al menos, intente, desde nuestras limitaciones
y errores, acercarse al Evangelio.
El
Cristo de los Afligidos es Jesús de Nazaret. Muerto en la cruz por vivir de tal
modo que el orden viejo no pudo soportar su presencia en el mundo. Muerto en la
cruz para hacerlo todo nuevo. Muerto en la cruz para decirnos que
sólo hay un camino para la vida: el amor. Y resucitado por Dios Padre para
decirnos a todos que era Él quien tenía razón.
Tenemos
faena los cristianos en el mundo. Ya lo dice el Papa. De cristiano no hay que jubilarse. Y eso supone
intentar vivir lo más de acuerdo a como vivió Él para poder gritar siempre “¡Viva
el Cristo de los Afligidos!” sin que nadie se escandalice por ello.
¡Enhorabuena
a los festeros!
¡Enhorabuena
al pueblo entero!
¡Felices
fiestas!
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