Ochenta
son muchos años. Toda una vida. Una vida plena, intensa, dura en muchos
momentos. Una vida llena de sentido. Y esto es muy, pero que muy digno de ser
celebrado y motivo de gran alegría.
Isabel,
la madre de mi esposa, hace hoy ocho décadas que vino al mundo. En plena
guerra. Y después la infancia, la juventud, Jesús, el hombre de su vida, que ya
entró hace años en la Casa del Padre. Y los hijos. La prueba durísima de perder
uno de muy niño…
Luego
levantarse en el dolor y seguir viviendo, trabajando, sacando adelante a la
familia codo a codo con su esposo, a veces en situaciones difíciles. Luego las
nietas…
Una
vida de entrega y trabajo. De fe y fidelidad a la Iglesia.
Sí,
una vida llena de sentido. Creo que Isabel puede, desde sus ochenta años, mirar
atrás con intensa satisfacción, con orgullo, con paz, quizá con nostalgia…
Felicidades
Isabel, madre de mi esposa... ¿Qué por qué no le llamo suegra? Porque esa palabra
parece tener connotaciones negativas y yo no tengo nada negativo que decir de
usted.
Paciencia,
comprensión, apoyo, alegría, respeto exquisito, discreción. ¿Cómo le voy a
llamar suegra? Esa palabra, para nombrarle a usted, a mí, me suena mal.
¡Muchísimas felicidades
y gracias por todo lo que nos regalan sus 80 años!
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