Paseábamos
este verano por un bonito pueblo del Pirineo aragonés y llegamos a la plaza donde
un grupo de mozalbetes jugueteaban, charlaban de sus cosas y, los más,
toqueteaban sus móviles. Hasta ahí todo normal, incluso plácido y sosegado.
Además el aire era tibio, el cielo azul, nos esperaba una buena cena…
Más he
aquí que de repente escuché a una señora, bastante joven y deportivamente
peripuesta, que estaba frente a los chavales y a la que no había visto. Lo que
les dijo me produjo un auténtico subidón de adrenalina y unas intensas ganas de
irme hacia ella y soltarle un soberano sopapo, amén de decirle gilipollas,
caraculo y otras lindezas semejantes. Pero claro, eso hubiera roto la citada
placidez y el referido sosiego, y además me hubiera complicado la vida, pues
hoy por hoy no está bien visto que un caballero atice un sopapo a una
desconocida y más sin mediar palabra. Y a un desconocido tampoco, claro; Bueno, a nadie. Así
que me contuve, respiré hondo, y seguí mi camino.
Pero,
¿qué es lo que dijo la susodicha? Lo anoté para que no se me olvidara. Dijo a
los chavales: ¿Verdad que soy una madre muy enrollada? ¿A que vuestras madres
os lo ponen peor?
No
pude identificar quien era el hijo que tenía la inmensa desgracia de tener una
madre tan enrollada. ¡Pobrecito! Tampoco conocía a los padres que "se lo ponen
peor" a los hijos y que han de competir como pueden, y a menudo en contra de sus
principios, con semejantes enrollamientos maternales.
¡En
fin, nada podía hacer! Nadie me había dado vela en ese entierro, y además no
soy, aunque durante años he intentado serlo, un desenrollador de madres y
padres enrollados. Es decir, un DPME en castellano o un UPW (unwinding of
parents wound) en inglés.
(Es
que, en educación, este tipo de siglas se llevan mucho, y más si son en inglés.
Resulta mucho más innovador, deben pensar los innovadores)
Pero
bueno, volvamos al tema. En la paz de la tarde pirenaica no pude evitar pensar en todos esos papás y mamás
angustiados, con los que he trabajado durante años, porque ven rota la paz del
hogar y enrarecidas las relaciones con sus hijos por no dejarles ver un
programa que sus amigos ven; por no comprarles el móvil cuando todos los de la
clase ya lo tienen; por hacerles llegar a una hora a casa cuando los demás se
quedan aún de juerga; por tener que hacer una fiesta de cumpleaños absurda, por
descomunal, porque todos la hacen.
Y
estos papás sufren, y mucho, por culpa de la mamá enrollada que le dejó
contaminarse al niño con cualquier basura televisiva porque decía que le gustaba;
por culpa de la mamá enrollada que le compró el móvil mucho antes de que
le hiciera al niño ninguna falta porque le hacía ilusión; por culpa de la mamá enrollada que le dejó al retoño
llegar a casa cuando le apeteció, porque ya debía ser responsable; por culpa de la
mamá enrollada que montó ya hace tiempo una fiesta de cumpleaños “made in USA”
porque al niño le molaba semejante movida, y a ella también.
Y
aunque estas mamás y estos papás enrollados son minoría, se produce el
consabido efecto de la manzana podrida. Unos papás enrollados fuerzan el
enrollamiento de los que no se enrollan, de los desenrollados, de los que "se lo
ponen peor" a sus hijos.
¿A que
la mamá aquella se merecía el sopapo? Y si hubiera sido un papá, también. En sentido figurado, claro. No me vengan ahora con que estoy incitando a la violencia.
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