Hoy
hace 22 años que Isabel y yo nos casamos. Pero no es de aquel día de lo que voy
a hablar en esta entrada sino de los acontecimientos previos a aquel gozoso
13 de mayo.
Sucedió
que a un mes de la boda, con todo ya preparado, nos encontramos, por cuestiones
que no vienen a cuento, sin casa donde vivir. La noticia saltó una mañana. A
mediodía teníamos varias ofertas de gente del pueblo que ponían a nuestra
disposición pisos o casas para que nos instaláramos allí hasta encontrar, sin
prisas, un lugar definitivo donde instalar nuestro hogar. Fue bonito, pero fue
sólo el principio de una hermosa y emotiva experiencia.
Cuando
al día siguiente vimos posible comprar, previa hipoteca, la casa donde desde
entonces vivimos, nos encontramos con que, al haber estado cerrada muchos años y
ser además antigua, no estaba habitable. Quedaba un mes para la boda y, claro
está, nos hacía ilusión tenerla a punto para entonces. Además, nuestras
posibilidades económicas eran bastante limitadas.
Y
entonces sucedió algo muy bonito. En pocos días, un numeroso grupo de personas
trabajaba a destajo para conseguir que el 13 de mayo estuviera todo a punto.
Familia, amigos, alumnos, exalumnos, compañeros, profesionales, se lanzaron a la
faena, ofreciendo cada uno lo que podía, para lograr el objetivo.
Vaciarla
de trastos viejos, limpiar todo a fondo, pintar, bajar techos, cambiar puertas,
el baño, la cocina, toda la fontanería, la instalación eléctrica entera, la
instalación de gas, los muebles, la decoración…Y siempre con el mensaje de "esto
es mi regalo" o "ya me pagaréis cuando podáis".
Así,
firmando la hipoteca el mismo 12 de mayo por la tarde y acabando de instalar el
mármol de la cocina por la noche, llegamos al 13 con la casa, ya nuestra (bueno
del banco y nuestra), hecha una bombonera. Y en un mes, tan solo en un mes se había obrado el milagro.
Fue
mucha la gente que nos ayudó de muy diferentes maneras aquellos días. Y fue muy
hondo y muy grande el agradecimiento que sentimos entonces y que seguimos
sintiendo ahora.
Por
eso, hoy, 22 años después, queremos agradecer una vez más, de todo corazón, a
todos los que hicieron posible el milagro, su compromiso con nosotros. Podemos
decir que aquella corriente de solidaridad que sentimos desde el momento en el
que la noticia de que Isabel y Jesús, a un mes de la boda, se habían quedado
sin casa, hasta que en Alpuente nos dijimos el sí quiero, nos abrumó.
Y
nos sigue abrumando y nos sigue emocionando cuando lo recordamos y cuando les contamos a quienes no nos conocían entonces todo lo que, asombrados y felices, vivimos aquellos días.
Una
vez más, a todos y tantos, gracias, muchas gracias.
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