Hay
problemas muy serios que se abordan de un modo inadecuado, consiguiendo de este
modo complicar cualquier posible solución. Uno de estos problemas es el de la
convivencia en las carreteras entre los coches y las bicicletas.
Estoy
convencido de que se está abordando desde una perspectiva errónea. La prueba es
la concentración de ayer en Valencia para reivindicar la seguridad de los
ciclistas, y la relación directa de esta concentración con el terrible
accidente de Oliva en el que murieron tres vecinos de Jávea.
Creo
que habría que hacer algunas puntualizaciones si queremos entrar en el fondo de
la cuestión y no quedarnos en una demagogia tan torpe como inútil para resolver
el problema.
La
primera de ellas es que el citado accidente en modo alguno fue un accidente
ciclista. Fue un accidente, y punto. Si en vez de ser quienes fueron hubiera
sido un grupo de moteros o una familia que iba a pasar el domingo a la playa,
el desastre hubiera sido similar. Se pasó al carril contrario y les embistió de
frente, en una recta, con buena visibilidad, pero es que la moza “iba ciega”…
La
segunda puntualización es que parece haber un oscuro interés en plantear el
problema en términos de coches contra bicicletas, siendo éstas últimas siempre
inocentes, y los coches culpables por definición. Ese interés está en la raíz
de adjudicarse el accidente de Oliva como un nuevo “atentado” contra el
ciclismo, cuando en modo alguno fue así.
Yo
me niego a entrar en esta batalla tan estéril como estúpida. El problema es
otro, y no sé por qué no lo dicen claro. El problema está en los conductores,
del vehículo que sea, que, con perdón, voy a llamar hideputas y los que no lo
son.
Hay
conductores al volante que no respetan ni a su padre, que beben, que se drogan,
que corren demasiado o demasiado poco, que adelantan a lo loco, que se te pegan
detrás como lapas, sin distancia de seguridad ni nada que se le parezca, que
hablan por el móvil mientras conducen… Hay conductores al manillar que suben
tranquilamente, charlando en parejas, en una carretera estrecha de montaña
montando una cola espectacular, que bajan esa carretera a toda leche invadiendo
el carril contrario, que te adelantan por la derecha, que se saltan semáforos y
stops…
El
problema no es coches contra bicis. El problema es buena gente y mala gente. La
buena gente al volante sabe que la bici tiene el mismo derecho que el coche a
ir por la carretera, y la respeta. La buena gente al manillar sabe que molesta
al que va en coche, y a veces mucho (hay carreteras impracticables como no
vayas en bici en fin de semana) y trata de molestar lo menos posible.
Y
cuando se trata de buena gente nunca hay problemas. Pero está la mala gente, la
gente mala, y entonces sí hay problemas. Por eso digo que no acepto esa especie
de guerra silenciosa entre volantes y manillares. Es una guerra falsa que lo
único que hace es encabronar a unos y a otros. Porque si los ciclistas están
calentitos con los coches, no hay menos conductores hartos de los ciclistas. Y
esto es lo que hay que evitar.
El
enfrentamiento debe darse entre los que conducen con respeto y sentido común y
los que lo hacen de mala manera, lleven el vehículo que lleven. Y lo que hay
que pedir es que a estos que lo hacen de mala manera les caiga encima todo el
peso de la ley, y que esta ley se endurezca mucho, muchísimo más, para que
ningún abogado listillo consiga que esa gentuza que causa o se causa tanto
dolor por su estupidez se salga de rositas. Aunque si el dolor se lo ha causado uno mismo, en el pecado estará la penitencia; no hará falta abogado entonces.
Esto
es lo que pienso. ¿Estoy equivocado? Si no lo estoy, ¿por qué diablos nunca veo
hacer este planteamiento y sí constato cada día ese extraño y oscuro interés en
enfrentar a gente que ni son ni deben ser enemigos, sino aliados en la carretera
por la seguridad de todos, aunque uno vaya en su bici y el otro en su coche?
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