Una de
las cosas que más me gustaba, y digo gustaba, de la excursión al castillo de
Olocau era andar entre los espectaculares nopales que bordeaban el sendero. En
primavera, llenos de flores eran todo un espectáculo, y en otoño, con sus
frutos rojos, otro no menos bonito. En invierno y verano sus grandes hojas
verdes y carnosas, brillaban al sol.
Ya no
hay nada de eso. Una plaga los ha arrasado, y es muy triste de ver, porque de
verdad que era una delicia contemplarlos. Se van como tantas cosas de nuestros
montes que se pierden en silencio, ante la indiferencia por desconocimiento de
la mayoría.
No sé
si se podía haber evitado o no. Tampoco sé de qué forma. Pero ahora ya no hay
nada que hacer. Los nopales, chumberas o “paleres” de Olocau y de la Calderona
entera se están muriendo. Y aunque es cierto que es una planta oriunda de
Méjico, ya hace mucho tiempo se instaló entre nosotros y formó parte de
nuestros paisajes. De hecho, al barrio en el que vivo le llaman el “barri de
les paleres”. Igual, al paso del tiempo, quede de ellos el nombre, sólo el
nombre, ese bonito nombre, nopales.
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¡Qué bonita es la flor de los nopales en primavera! |
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Son cada una un chispazo de luz y color. |
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Así están ahora, hoy mismo. |
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Es un desastre, una pena. Pero ¿A quién le importa? |
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