El día
21 de marzo de este año publiqué una entrada que titulé, estaba fuera de sitio
pero es la moda. Un buen amigo de toda la vida me dijo que a él y a alguien
más, por lo menos, no les había gustado, resultándoles incluso desagradable, al
juntar en un mismo texto la belleza, lo espiritual, con lo soez, lo vulgar.
Le
dije que lo había hecho con la intención de destacar lo feo, lo improcedente,
evidenciando cómo chirría cuando está tan fuera de lugar como allí estaba aquel
individuo. Pero yo, lo que dicen mis amigos siempre lo pienso, aunque me tome
mi tiempo. Y creo que parte de razón tenía.
Nuestra
visita a Silos, aquellos paisajes, aquellos cielos, las cigüeñas en sus nidos, el
monasterio, la misa con los cantos de los monjes, el claustro con su ciprés, no
podía quedar en el blog con una entrada como aquella. Y sí, es cierto,
en eso tiene mi amigo toda la razón.
Por
eso quiero hacer justicia a aquel día compartiendo el poema que Gerardo Diego
dedica al ciprés del claustro de Silos. Y no hablando más que de la belleza de
todo lo que vimos y vivimos, que queda bien expuesta en las bellísimas palabras
del poeta.
Hacía
muchísimos años que no iba. Era joven, casi adolescente cuando fui, y recuerdo
que me sorprendió aquel claustro con su ciprés, del que me había hablado mi
“profe” de literatura. Después, a lo largo de toda mi vida profesional he leído
muchas veces a mis alumnos el poema, y les he explicado con él, el poder de la
palabra, el poder de la literatura. Gracias a Gerardo Diego, aquel ciprés no es
un ciprés cualquiera. Al nombrarlo con un soneto le ha dado un alma singular,
como si hubiese sido tocado por la varita mágica de un hada.
Y he
de confesar que cuando el otro día entré en el claustro helado, aún con algo de nieve, y
lo vi, me emocioné. Ahí estaba, acongojando al cielo con su lanza. Y como el
poema me lo sé de memoria lo recitaba interiormente, mientras lo miraba y
admiraba con avidez, como queriendo aprehenderlo, hacerlo mío, llevármelo
dentro de mí.
Bien,
pues aquí lo tenéis. El ciprés de Silos, de Gerardo Diego.
Enhiesto
surtidor de sombra y sueño
que
acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro
que a las estrellas casi alcanza
devanado
a sí mismo en loco empeño.
Mástil
de soledad, prodigio isleño,
flecha
de fe, saeta de esperanza.
Hoy
llego a ti, riberas del Arlanza,
peregrina
al azar, mi alma sin dueño.
Cuando
te vi señero, dulce, firme,
qué
ansiedades sentí de diluirme
y
ascender como tú, vuelto en cristales,
como
tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo
de delirios verticales,
mudo
ciprés en el fervor de Silos.
Magnífico comentario. No fue visita de turista sino de viajero. Su belleza la hiciste carne de tu corazón con la suerte de haber estado en un día frío y sin aglomeraciones en marzo.
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