Un día
de estos, andando por los montes, me interné por una trocha desconocida en
plan exploración de nuevas rutas. Pensaba que el sendero, mínimo pero claro, se
dirigía a un collado al que me pareció oportuno llegar, pero no iba hacia allí. En un momento
determinado el senderito se encaramó por una ladera de fuerte pendiente, cada vez más
empinada, aunque su buen trazado hacía fácil el avance. Pensé, poca gente viene
por aquí.
En una
revuelta del sendero, ya muy arriba, pasé junto a una cornisa que parecía tener una vista
espectacular. Dejé la mochila y la seguí hasta llegar a una minúscula terraza
tras la cual se abría una gruta. Me acerqué y me pareció ver algo en su
interior. La vista, desde la entrada, era realmente muy bonita.
Para
introducirme tuve que agacharme, pero dentro se podía estar de pie. Y allí, en un
rinconcito, descubrí una especie de pequeña capillita con diversos objetos
religiosos. Me sorprendió, y me quedé un rato sentado en el silencio
absoluto de aquel rincón oculto y perdido en la sierra.
Con
los datos que pude extraer de lo que allí vi, investigué con un amigo en
internet, al llegar a casa, y descubrimos toda la curiosa e interesante historia
de aquel lugar perdido.
Pero
no voy a ser yo quien le dé publicidad. No hay allí nada secreto ni misterioso,
pero tiene el paraje una magia que se rompería si lo conociera demasiada gente.
Además,
en los tiempos que corren, con los montes convertidos en vulgares estadios
deportivos, con los caminos y senderos flanqueados de “basuras glucémicas”, con
los “justicieros anticlericales” que siegan cruces, destrozan belenes y
decapitan vírgenes, mejor es que aquel rincón siga allá arriba, perdido y casi
desconocido, y que en el camino de acceso no haya ni la más mínima indicación.
De
verdad que me sabe mal no dar más datos, no invitar a que se conozca más, pues
el rincón vale la pena, pero estoy demasiado cabreado con la manera en que cada
vez más gente se acerca a nuestras montañas.
Por
eso sólo digo que eso existe, y no muy lejos. Y que si alguien quiere
conocerlo, que me lo diga personalmente. Y a quien ya lo conozca, le sugiero que sea
discreto, porque desgraciadamente, hoy en día, popularizar se convierte
rápidamente en vulgarizar. Ya sabéis, basura, gritos, carreras varias,
pintadas, imágenes rotas…
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