Sucedió
hace algún tiempo, en un lugar indeterminado. Y subrayo la indefinición espacio
temporal de mi relato, indefinición debida a la falta de libertad de expresión
en la que nos han acostumbrado a vivir; aunque yo no me acostumbro.
En una
charla a alumnos de secundaria sobre cuestiones arqueológicas de una localidad, la/el ponente
(para no dar pistas) en un momento determinado de su exposición, se lamentaba
de toda la valiosa e interesante documentación que se perdió cuando se quemó la iglesia de dicha localidad.
Ganas
me entraron de levantar la mano y decir, perdón, cuando quemaron la iglesia. O
al menos cuando en la guerra quemaron la iglesia. Porque no se quemó por una
vela mal apagada, por un cortocircuito o por combustión espontánea. La quemaron
y todos sabemos quién.
Porque
si hay memoria histórica la hay para todo y para todos. Una memoria histórica que
trate de hacer justicia sólo para una parte no es memoria, es revancha, es
venganza. Y eso no conduce a ninguna parte. A ninguna parte buena.
La
injusticia que supone el que los vencedores de la guerra no reconocieran el
honor y la grandeza de los vencidos durante largos años, no justifica en modo
alguno el que ahora, que se supone que hay libertad, haya que pagar con la
misma moneda, haya que devolver mal por mal. La ley del talión es inaceptable.
Y es
lo que tenemos. Un insano y repugnante interés por dar la vuelta a la tortilla
en un maniqueísmo simplón donde los que perdieron eran buenos sin tacha y los
vencedores seres crueles y deleznables de los que hay que borrar toda huella. Esto es inadmisible desde una perspectiva
moral, y peligroso desde lo político y lo social.
Trasmitir
además a los más jóvenes este maniqueísmo es un crimen aborrecible porque
supone perpetuar las dos Españas, y contaminar de un espíritu de rencor y
venganza a las nuevas generaciones. Y esto hipoteca el futuro.
Si
nuestros políticos hubieran respetado el espíritu de concordia de la transición, y nadie hubiera utilizado la herida de la guerra para sacar votos de ella, viviríamos otro momento mucho más deseable. Y esta/e individua/o habría podido decir" cuando en la
guerra quemaron la iglesia" y no pasaría nada, porque todos tendríamos asumido que
por ambas partes hubo grandezas y miserias. Y España sería hoy un país donde se
respira libertad, que no lo es.
Urge
una reconciliación nacional. Y desde luego tal como está planteada y aplicada
la llamada memoria histórica no ayuda, pues más bien parece un patético ajuste
de cuentas que falsea la historia como antes la falsearon los otros, los "malos
sin remisión".
¡Qué
lástima! ¡Qué pena! ¡Qué vergüenza! ¡Qué miedo!
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