Es
curioso que en estos tiempos en que tanto se habla del medio ambiente, de tener
conciencia ecológica, de la necesidad del reciclaje, de la sostenibilidad, y de
todas estas cosas sabias y buenas, sean también los tiempos en que los senderos
van a ir cayendo uno tras otro. Y no sólo por la basura que cada vez en más
cantidad los flanquea.
Sí, de
senderos voy a hablar. Siempre he pensado que los senderos es la forma más
delicada y elegante que el hombre ha tenido de relacionarse con la naturaleza.
Nos permiten movernos libremente por ella, haciéndole el mínimo daño posible.
Los
senderos son un bien de incalculable valor. Un patrimonio natural, histórico y
cultural al que todos tenemos derecho y que tenemos la obligación de conservar para las generaciones venideras. Muchos de ellos tienen siglos, o incluso
milenios de antigüedad. Otros son más jóvenes. Pero todos, unos y otros, están
en estos momentos en franco deterioro gracias a la moda de las carreras de
montaña, a pie o en bici, que han convertido al medio natural en un estadio
deportivo.
El
sabio trazado de los senderos tiene dos objetivos. Uno es que el tránsito por
ellos resulte cómodo al caminante. Otro, y no menos importante, que el sendero
sea sostenible, es decir que el paso del tiempo no sólo no lo deteriore sino
que lo mejore y asiente. Por eso hace curvas buscando los mejores pasos en el
terreno y evitando, siempre que sea posible, el trazar fuertes pendientes.
Pero
mira por donde, hordas de individuos, muy bien equipados, eso sí, y muy pagados
de ellos mismos, corren o pedalean por los senderos como si les persiguiera el
mismísimo diablo. Y como no se trata de conocer, admirar o contemplar, sino de “chutarse
adrenalina” y batir peregrinos records, hay que subir o bajar a lo recto para
llegar, a saber a dónde, con la máxima emoción y lo más pronto posible.
Como
no son uno o dos, sino hordas, en pocos años el sendero queda roto por
múltiples puntos. Y como en las subidas y bajadas han buscado la línea de
máxima pendiente, la más rápida y emocionante, el agua, cuando llueve, acaba de
hacer el resto. En pocos años, el antiguo, pequeño y sencillo caminito se desdibuja
convirtiéndose en muchos puntos en un pedregal, y el manto vegetal que lo
envolvía se erosiona rápidamente y desaparece.
No me estoy inventando nada. Tengo cientos de
fotos que muestran lo que digo. Esto hay que denunciarlo. Y es lo que voy a
hacer. Y no sólo denunciarlo, sino actuar. Y como por lo que veo, las
instituciones o no están haciendo nada, o hacen muy poco, veo necesaria la
iniciativa privada.
Hay
que salvar los senderos de nuestros montes. Muchos de los de aquí, de Valencia,
y los del Pirineo, en ambas vertientes, están ya muy deteriorados. Son las zonas que conozco. Habría que
detener este proceso que nada tiene de ecológico y de sostenible, y recuperar
lo recuperable de lo ya deteriorado.
Y
conste que no digo que no se corra por el monte. Que corran lo que quieran,
pero sin salirse del camino. Y las bicis de montaña, que erosionan fuertemente los
senderos aún sin salirse de ellos, que tengan claro por dónde pueden y por dónde
no pueden ir, y cómo deben hacerlo.
Pero
la cuestión de qué hacer en concreto será objeto de una próxima entrada. De
momento, el asunto está planteado, e ilustrado con las dos elocuentes fotos que
publico a continuación.
Este sendero subía nítidamente entre los prados. En unos años será un pedregal, por subir y bajar a lo recto. |
Aquí se ve muy claro el trazado original. ¿Por qué romperlo? Ya se aprecia el deterioro. En unos años, otro pedregal. |
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