El
tiempo, muchas veces, purifica los recuerdos, borrando lo anecdótico, lo
circunstancial y dejando el meollo, lo esencial, lo digno de ser recordado.
Y
recordaba hoy que tal día como ayer, el último día lectivo antes de las
vacaciones de Navidad, a última hora de la tarde, tuve una de las clases más
memorables y conmovedoras de mi vida.
Es esa
tarde siempre difícil. Con las vacaciones al alcance de la mano y el temario
trimestral acabado, solo tienen, alumnos y profesores, ganas de salir del cole.
Yo el primero.
No
recuerdo tampoco si era aún EGB o la impresentable y demoledora ESO. El caso es
que era un grupo de treinta y tantos alumnos de unos doce o trece años.
Sin
nada concreto que hacer se me ocurrió pedirles que me fueran diciendo que es lo
que desearían que les trajeran los Reyes Magos, fuera posible o no. Yo lo iba
anotando en la pizarra. Veríamos en qué acababa aquello.
Poco a
poco se fue llenando de muchos posibles regalos. Cuando alguno se repetía lo
indicábamos con una marca para ver así cuales eran los más deseados.
Cuando
ya todos habían hecho su aportación, y la pizarra estaba bien llena, les dije
algo parecido a esto.
Si os
traen los regalos que habéis pedido estaréis muy contentos ¿verdad? Pero ahora
os pregunto, por muy contentos que estéis, ¿pensáis que os hará felices,
felices de verdad?
Hubo
un silencio, reconozco que inesperado. Me di cuenta enseguida que había tocado
esa fibra que a veces se toca en lo hondo de las personas. Y entonces un
chavalín rompió el silencio y dijo. A mí lo que me hace feliz es que me quieran
y que se quiera la gente a la quiero.
Nuevo
silencio.
Me
sabía en uno de esos momentos inolvidables en la vida de un maestro. Me sentía
pisando tierra sagrada, e indigno de estar en ella. En el corazón mismo de mis
alumnos.
¿Pensáis
todos lo mismo? Y la respuesta fue unánime. Algunos decían, sí, claro; otros
asentían con la cabeza. Hubo quien se replegó en sí mismo, en un silencio
personal.
Salir
de estas situaciones no es fácil. Le di las gracias a quien con su sincera respuesta
nos había llevado a todos hasta donde estábamos. Luego les dije que es verdad,
que lo que nos hace felices, de verdad felices, es sabernos amados, amar y ver
cómo se aman aquellos a quienes amamos.
Me
faltaba rematar. Y acabé diciéndoles que esto es lo que celebramos en Navidad.
Ese niño que nace en un pesebre, es Dios hecho hombre por amor, porque nos
quiere. Y nos quiere porque quiere vernos felices y sabe, como vosotros sabéis,
que ese es el único camino a la felicidad, el amor.
Y se
hizo la hora de empezar las vacaciones. Y nos fuimos felicitándonos unos a
otros, como es normal. Y yo salí de aquella clase como en una nube, dándole
gracias a aquellos alumnos y a Dios por aquella última tarde antes de Navidad.
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