Por
fin llueve. Poquito, muy poquito para lo que necesitamos, pero eso no nubla el
hecho de que ha sido esta una tarde gris y lluviosa, deliciosamente gris y
lluviosa. Como tantas de mi infancia, o al menos así lo recuerdo. Quizá es que
antes llovía más, mucho más…
Sí,
llueve, y lo hace con mucha calma, como si tuviera miedo de hacer ruido, y eso
me ha recordado un poema de García Lorca que reproduzco a continuación sin
comentario alguno, por si alguien tiene ganas de leerlo sin prisa mientras
fuera llueve.
La estrofa que recordaba es
esta:
¡Oh lluvia silenciosa, sin
tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de
esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que
eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre
las cosas caes!
A continuación tenéis el poema
entero. Es largo, pero no le tengáis miedo. Es un ramillete de preciosas metáforas.
La lluvia tiene un vago
secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y
amable,
una música humilde se
despierta con ella
que hace vibrar el alma
dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la
Tierra,
el mito primitivo que vuelve a
realizarse.
El contacto ya frío de cielo y
tierra viejos
con una mansedumbre de
atardecer constante.
Es la aurora del fruto. La que
nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo
de los mares.
La que derrama vida sobre las
sementeras
y en el alma tristeza de lo
que no se sabe.
La nostalgia terrible de una
vida perdida,
el fatal sentimiento de haber
nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un
mañana imposible
con la inquietud cercana del
color de la carne.
El amor se despierta en el
gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene
un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se
convierte en tristeza
al contemplar las gotas
muertas en los cristales.
Y son las gotas: ojos de
infinito que miran
al infinito blanco que les
sirvió de madre.
Cada gota de lluvia tiembla en
el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de
diamante.
Son poetas del agua que han
visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los
ríos no sabe.
¡Oh lluvia silenciosa, sin
tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de
esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que
eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre
las cosas caes!
¡Oh lluvia franciscana que
llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y
humildes manantiales!
Cuando sobre los campos
desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus
sonidos abres.
El canto primitivo que dices
al silencio
y la historia sonora que
cuentas al ramaje
los comenta llorando mi
corazón desierto
en un negro y profundo
pentágrama sin clave.
Mi alma tiene tristeza de la
lluvia serena,
tristeza resignada de cosa
irrealizable,
tengo en el horizonte un
lucero encendido
y el corazón me impide que
corra a contemplarte.
¡Oh lluvia silenciosa que los
árboles aman
y eres sobre el piano dulzura
emocionante;
das al alma las mismas nieblas
y resonancias
que pones en el alma dormida
del paisaje.
219 litros en 373 días.
Sin contar lo poco que caiga hoy.