FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

martes, 15 de enero de 2013

La injusticia, de Dámaso Alonso.


Dámaso Alonso añadió este poema a su obra Hijos de la ira, publicado en 1944, en la segunda edición de la obra. Algo que le tocó hondo le impulso a escribirlo. Y se nota. Es un poema estremecedor, terrible, impresionante desde el primer verso, que arranca desde lo más hondo del corazón de un hombre herido por la injusticia.
Es un poema para leerlo despacio, para dejar que entre en nosotros, que nos envuelva. Cuando siento el hálito de la injusticia cerca de mí, y es muchas veces, me resulta liberador.
Sí, libera decir, quizá en el silencio de la intimidad, “mancha lóbrega, reina de las cavernas, hosco sol de negruras”. Libera describir sus horrores, su presencia infame en la vida del hombre, desde la infancia hasta la vejez.
¿Y el final del poema? La imagen es brutal. Ante el monstruo atroz, inmenso, terrible, a modo de duelo imposible, se yergue un hombre, “dulce niebla, centro cálido, pasajero bullir de un metal misterioso que irradia la ternura”, y le planta cara. Le dice “podrás herir la carne, podrás retorcer el alma como un lienzo”, pero no podrás contra ”la brasa del gran amor que fulge dentro del corazón, bestia maldita”.Y aún reconociéndola “reina del mundo”, le advierte “no morderás mi corazón, madre del odio”.
Triunfa el hombre que ama, débil, cálido, tierno. Ante la jauría que ladra furibunda en el hondón del bosque, ante el vaho de ponzoña de su lengua, ante las espinas de sus podridos cardos, ante sus látigos de sierpes que flagelan las cumbres, ante el jinete terrible cabalgando en las rojas melenas del ocaso, se hiela la  carne, aúlla el alma, pero el hombre, amarrado al amor como un naufrago a su tabla, aguanta, resiste. Es su grandeza.
El hijo de la injusticia es el odio. Su enemigo mortal el amor, porque es la única fuerza capaz de destruirla, aniquilando así al hijo de sus entrañas.
Leed el poema sin prisa, disfrutadlo. Dejaos llevar. Desahogaos.

¿De qué sima te yergues, sombra negra?
¿Qué buscas?
                           Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a los valles
que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños,
mientras la luz palpita, siempre recién creada,
mientras se comba el tiempo, rubio mastín que duerme a las puertas de Dios.

Pero tú vienes, mancha lóbrega,
reina de las cavernas, galopante en el cierzo, tras tus corvas pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de lo oscuro,
cabalgando en las rojas melenas del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos de granizo.

Llegas,
oquedad devorante de siglos y de mundos,
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahíncan sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos,
que la terneza ignoran.

Sí, del abismo llegas,
hosco sol de negruras, llegas siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin manante,
contraria del amor, cuando él nacida
en el día primero.

Tú empañas con tu mano
de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente, cuando apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primera llama verde
de los turbios pantanos.

Tú amontonas el odio en la charca inverniza
del corazón del viejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada
que ladra furibunda en el hondón del bosque.

Y van los hombres, desgajados pinos,
del oquedal en llamas, por la barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres,
como blasfemias que al infierno caen.

...Hoy llegas hasta mí.
He sentido la espina de tus podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el jirón de tus alas que arremolina el aire.
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta los tuétanos.

Hiere, hiere, sembradora del odio:
no ha de saltar el odio, como llama de azufre, de mi herida.
Heme aquí:
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro cálido,
pasajero bullir de un metal misterioso que irradia la ternura.

Podrás herir la carne
y aun retorcer el alma como un lienzo:
no apagarás la brasa del gran amor que fulge
dentro del corazón,
bestia maldita.

Podrás herir la carne.
No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo.

            Y para acabar, si queréis oirlo recitado por el propio Dámaso Alonso, pulsad el siguiente enlace.
La injusticia. Dámaso Alonso.

2 comentarios:

  1. Mira por dónde me he dado cuenta ahora de este comentario, por eso no lo respondí en su momento, ¡el mes de mayo! Pero como más vale tarde que nunca lo respondo ahora.
    La forma del poema se aleja del todo de la métrica tradicional para así expresar mejor sus sentimientos. Utiliza estrofas desiguales y el verso libre, del cual, Dámaso Alonso es un maestro. El ritmo lo consigue utilizando diversos recursos literarios y combinando muy sabiamente la longitud de los versos y de las oraciones.

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