...ve la montaña lejana, los picachos al cántico de los vientos... |
Este poema de nuestro gran poeta, y
premio Nobel, Vicente Aleixandre, pertenece a su libro Historias del Corazón, obra publicada en 1954.
Es un poema sencillo, claro,
directo. Se lee y se entiende. Pero entremos, entremos en él y buceemos un poco,
llevados por la sensibilidad del autor, en el corazón del niño, ¿sólo del niño?,
que quiere entrar y no puede, que lo intenta y no llega. “Al balón apenas si
puede darle con su bota pequeña” .Y no es oposición o agresividad lo que
encuentra. Nadie se mete con él. Simplemente lo ignoran, para ellos ni está. “Todos pasan
gritando, sofocados, enormes, y casi nunca le ven”. Y él sigue insistiendo,
pero “al balón no lo toca”. Lo han olvidado, lo olvidan estando presente. Y al
fin, el niño chico, el último, el callado, el diferente, se retira. Lo vemos retirarse en silencio.
“Y desde el quieto valle, desde el margen
del río”, “el niño chico no los contempla”. Ya no los contempla. Mira más alto,
más lejos y ve “la montaña lejana, los picachos al cántico de los vientos”.
¿Huye vencido, en estéril fantasía que le lleva a la soledad y al olvido, o más
bien salta más allá de esta soledad y este olvido, e irguiéndose sobre sí
mismo, se hace fuerte y avanza “con sus propios pasos gigantes por las rocas
bravías” al encuentro de los otros?
Son las opciones. No hay más. Y cada
niño, cada hombre que en la vida ha sido, es o será un niño chico, debe elegir.
Y ojalá que pueda elegir, que elija siempre el camino que le lleve a los otros. Ojalá que
escuche al poeta cuando le dice en el hermosísimo poema En la Plaza ,
“…entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza. Entra en el torrente
que te reclama y allí sé tú mismo”.
Disfrutad del poema.
Es el más pequeño de todos,
el último.
Pero no le digáis nada;
dejadle que juegue.
Es más chico que los demás,
y es un niño callado.
Al balón apenas si puede
darle con su bota pequeña.
Juega un rato y luego pronto
lo olvidan.
Todos pasan gritando,
sofocados, enormes,
y casi nunca le ven. Él
golpea una vez,
y después de mucho rato otra
vez,
y los otros se afanan,
brincan, lucen, vocean.
La masa inmensa de los
muchachos, agolpada, rojiza.
Y pálidamente el niño chico
los mira
y mete diminuto su pie
pequeño,
y al balón no lo toca.
Y se retira. Y los ve. Son
jadeantes,
son desprendidos quizá de
arriba, de una montaña,
son quizá un montón de
roquedos que llegó ruidosísimo
de allá, de la cumbre.
Y desde el quieto valle,
desde el margen del río
el niño chico no los
contempla.
Ve la montaña lejana. Los
picachos, al cántico de los vientos.
Y cierra los ojos, y oye
el enorme resonar de sus
propios pasos gigantes por las rocas bravías.
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